Antonio Lao
El silencio de los pueblos
Una de las primeras cosas que decimos a nuestros hijos es «a ver hijo, no des el espectáculo». En la escuelas, enseñamos a que pidan las cosas como es debido, no griten, no digan tonterías, no se levanten de su asiento, no canten cuando no procede, no se rían a carcajadas cuando no toca (típica frase: «dinos de que te ríes y así nos reímos todos»)… En la escuela terminaríamos antes si enumeramos lo que está permitido que lo prohibido. Pero vayamos al tema… A partir de hoy, los hijos y alumnos más avispados pueden responder: «¿y por qué Puigdemont sí puede y yo no?».
Cuando hablamos de educación, los contraejemplos son importantísimos. El problema viene cuando en estos tiempos de «posverdad» se confunden el ejemplo y lo contrario, lo profundo y lo superfluo, las malas formas y las adecuadas.
Una de las cosas que mejor enseña la escuela es a postponer la recompensa. Se estudia para algo «que vendrá después». Una buena nota para el curso siguiente, para la beca, para acceder a estudios, para tener un buen trabajo… Sin embargo, tras haber conseguido buena parte de lo que proponía, el «president» es incapaz de esperar a ver el modo en que la amnistía se lleva a cabo. La quiere, y la quiere ya.
Y hay más. Mucho más. Enseñamos a los chavales el juego democrático. Se hace lo que decide la mayoría. Si la mayoría piensa que el «president» ya no eres tú, te conformas, no pataleas y te vas a tu sitio sin lloriquear, sin armar el espectáculo. Las reglas parlamentarias dicen que el presidente lo eligen los diputados (esto es algo que a muchos adultos de derechas les cuesta entender cuando no les beneficia a ellos, pero es así).
Enseñamos a los chavales (en la escuela y en la familia) a que a los amigos de verdad no se les deja tirados, a que no se pueden defender unas ideas supuestamente por el bien común y luego solo pensar en el interés propio, a que si el trabajo se hace en grupo, la nota es para el grupo y no para ti o para nadie en especial (o aprueban todos, o suspenden todos)… Todo esto también se lo ha saltado el ex-president.
Por último, es importantísimo que nuestros chicos y chicas sepan distinguir entre el programa Gran Hermano, los vídeos de Youtube, y la realidad. Los primeros pueden ser muy divertidos y entretenidos, pero son solo eso: show vacío de contenido. La única esperanza es que tal esperpento nos abra los ojos. El contraejemplo no puede ser mejor.
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