Antonio Lao
El silencio de los pueblos
Ni siquiera el protocolo debido a los actos con motivo de la nueva presidencia de México parece librarse de las confusiones del presentismo, ese funesto mal que confunde las entendederas y lleva a proyectar los valores del presente en el pasado. Esto es, a hacer juicios o valoraciones de los hechos, los modos y las maneras de hace siglos como si estuvieran aconteciendo ahora. Pero el martes pasado, a los actos de la toma de posesión, no acudieron los mexicas ni los aztecas, ni se manifestó contrariedad alguna, o conformidad manifiesta, por no haber sido invitado Hernán Cortes. Tampoco se conocen declaraciones públicas, a propósito de tales actos, que condenen, con enfático rechazo, los sacrificios humanos que formaban parte del culto azteca, e incluso el canibalismo con el que eran despachadas algunas de las víctimas. Acaso puede aventurarse alguna justificación cultural e identitaria, toda vez que el sacrificio humano era una tradición en la antigua Mesoamérica, al entenderse, en un politeísmo religioso, que los dioses se sacrificaron a fin de que la humanidad pudiera disfrutar de la vida. De suerte que la práctica ritual de sacrificios humanos era el acostumbrado y cultural modo de los aztecas de pagar la deuda debida a sus dioses. Con más detalle, festival había, en honor de la diosa del maíz, Xilonen, con celebraciones por las noches, cuando las mujeres jóvenes llevaban el cabello largo y suelto y cargaban maíz verde para ofrecerlo a la diosa tras una procesión hacia el templo. Elegida una esclava para representar a la diosa, ataviada con prendas para que así lo pareciera, el fin de fiesta, en la última noche, era el sacrificio de la esclava, ofrecida a la diosa. Hasta el momento, no se ha hecho pública una declaración de arrepentimiento y pesar por tan sanguinarios sacrificios, si bien es de esperar que se dé la ocasión, aunque cueste hacerlo cuando el presentismo se acompaña del populismo y el curso del estropicio puede llevar a la enajenación. Tampoco ha trascendido un explícito rechazo al acuerdo de algunos pueblos, como los totonacas y los tlaxaltecas con Hernán Cortes, en las primeras décadas del siglo XVI, sino que, según parece, se da una guantada al conquistador, aunque sea en la cara del actual rey de España, en el siglo XXI. En fin, un relato disparatado el hasta aquí hecho, pero bastante menos que el mayúsculo disparate del presentismo.
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