
Una raya en el mar
Ignacio Ortega
Métrica y ortografía
Como cada Domingo de Resurrección, desde 1932, el nacionalismo vasco celebró su Aberri Eguna, en memoria de Sabino Arana, inventor de una idealizada patria vasca a la que consagró el final de su vida. Una patria reservada, eso sí, solo a la raza primigenia vasca, reconocible originariamente solo por el apellido eusquérico, según el dogma fundacional sabiniano, aunque más tarde esa plenitud étnica pendería del RH, activado por X. Arzallus, para acabar arrollando como filtro, dada la dificultad de identificar la genética vascona un factor sociobiológico inequívoco: el odio a España y a sus maquetos. Porque es fama que en la doctrina de Sabino, los españoles, o sea los maquetos, somos una «una raza afeminada, corta de inteligencia e inferior a la vasca», y por tanto un peligro para la pureza de ese pueblo especial, en riesgo de degenerar si se mezclan razas. Por eso hay sociólogos que distinguen al odio racista, como el ingrediente primordial de este “nazionalismo” vascongado al uso, tan obsesivo como otros nazismos no tan lejanos en el tiempo. Así que esta fobia de hoy, es fruto evolutivo de aquel otro odio xenófobo fundacional, con sus valores esquizoides, (recordemos que para el don Sabino, por ejemplo, la mujer es criatura vana y egoísta, mero instrumento pasional del varón), que evolucionó desde la primacía del apellidismo impoluto, al purismo genético que decía, y luego, como éste era poco plausible, se ha ataviado hoy con la bellísima singularidad de “pueblo especial”, visualizable con otro tipo de marcador más accesible, como es el nombre propio, -porque los apellidos mayoritarios, más del 70%, son de sospechoso origen hispano, tipo Martínez, Gómez y tal-. Y por eso hoy lo suyo -lo de ellos- es bautizarse con nombres vascuences, -Aitor, Unai o Imanol-, ya que no suena bien que un vasco puro se llame Pepe, a secas. Esto ha permitido que otras generaciones de los maquetos antaño despreciados, se integren hoy, con brío, en la sociedad clientelar habilitada por la elite imperante, mientras que en el resto de España proliferen por doquier los apellidos vascuences, dispersados en estampía ante la ETA. Y en este galimatías, es más inteligible la paradoja de que el PNV esté hoy presidido por varios maquetos, con resonantes apellidos castellanos, pero nombre euscaldún, que, tan alegres ellos, festejan al señor Arana por encarnar su nazionalimo maqueto. Ay, si don Sabino levantara la cabeza.
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