24 de diciembre 2024 - 03:08

Antes, las navidades eran pobres. Todavía no se había apoderado el capitalismo de ellas para convertirlas en una orgía consumista superpuesta a su viejo espíritu familiar, infantil e incluso religioso. Aquellas navidades eran, sí, de mantecados envueltos en papel seda, unos que se volvían masa en la boca, y de peladillas, piñones, higos, dátiles, nueces, pasas... Y de anís. Sobre todo, de anís. Las nochebuenas no necesitaban de encantos ajenos, tenían los suyos propios: mi madre haría otra vez un par de pollos rellenos, mi padre compraría una caja de mantecados y otra vez llegaría tarde a cenar, y mi abuela volvería a cantar sus villancicos picantes para regocijo de todos. Pero un 25 de diciembre, siendo ya muchachos, al volver a vernos los amigos, nos saludaríamos: Merry Christmas. Y ya nada sería igual: había llegado el futuro. Ahora hay en la cabeza una larga, larga lista de familiares, vecinos y amigos que ya no están. Y, lo que pasa con la edad: la memoria te traiciona y te hace creer que tantos son los muertos, que son más que los vivos. Menos mal que los que están ahora te llenan la vida y eso te vuelve a animar a celebrar la Navidad.

Y uno vuelve a contar a los nietos el nacimiento de aquel niño pobre en un pobre portal de un pueblo de Judea. Y era el portal la entrada a la casa a la vez que cuadra o establo, donde se cobijaban los animales por la noche. No teniendo cuna ni lecho donde reposarlo, su joven madre lo arropó sobre uno de los pesebres que allí había, para calentarlo con la paja que comían una mula y un buey. Ni todos los príncipes de la Iglesia posteriores ni todos los concilios y sínodos de los primeros siglos cristianos lograron cambiar que aquel niño no era de alta alcurnia, sino hijo de un vulgar carpintero. Inventarían, sí, lo del oro, el incienso y la mirra para dignificarlo y endiosarlo, pero su origen no pudo ser adornado ni tergiversado: el cristianismo nacía pobre y ese carisma sería reforzado por su fundador, para el que era más fácil que un camello pasase por el ojo de una aguja que el que un rico entrase en el reino de los cielos. Aún no se había adueñado el capitalismo del espíritu de la Navidad. Ubicada cerca del solsticio de invierno y homologado el nacimiento del hijo del carpintero al nacimiento del sol invicto romano, el cristianismo comenzaba su remedo histórico de idea liberadora del Hombre. Hasta aquel Merry Christma

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