Opinión
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Luces y razones
El mundo se presta al dibujo porque casi infinitas son sus faces. Otra cosa es el motivo, la razón que inspire a quienes son capaces, con lápices y pinceles, de reproducir o recrear las percepciones propias. En unos casos con el preciso detalle del realismo —que no es una reproducción cuasi fotográfica— y en otros con la imaginaria compostura de la figuración. No pocas veces, esta última es interpretada, con intención de crítica artística, a partir de elaboradas disquisiciones que pueden quedar bastante lejos del propósito, de la voluntad expresiva, que inspiró la creación. Una era empedrada, como la de la imagen, debe prestarse a las formas del dibujo porque este mosaico natural tanto parece un tatuaje de la Tierra, en la desmedida, variopinta y multiforme piel de su corteza, como el firme de una avenida abierta a los derroteros del mundo conocido, por visitado. E incluso el paraje a propósito para dar sosiego a los pasos dirigidos por la serena y agradable disposición al paseo, o acaso por la errabunda deriva que toma el desconcierto. Los verdes y silvestres festones hacen todavía más atractiva la disposición de las piedras porque la firmeza inerte —valga asimismo la figuración— no constriñe la vida espontánea.
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