Una raya en el mar
Ignacio Ortega
Plaza Pavía
Fracasado el comunismo, cuyos ideales marxistas fueron pronto tergiversados y llevó a dictaduras diversas en todo el mundo, y fracasado igualmente el liberalismo, que pretendía un capitalismo salvaje sin intervención del Estado, pero recurría a él cuando le venían mal dadas, el mundo se enfrenta ahora al mayor peligro desde la II Guerra Mundial: la extrema derecha. A la espera inquietante e interrogante de la toma de posesión de Trump en el país más poderoso de la Tierra, los acólitos de este extremista, supremacista blanco, negacionista del cambio climático y antifeminista se preparan para, a su rebufo, bajo su égida, siguiendo su estela, atacar las democracias occidentales con el fin de implantar en las sociedades desarrolladas sistemas de coerción de las ideologías que no les sean afines. El hombre acecha al hombre. El hombre se dispone a tropezar, otra vez, en la misma piedra: la de la libertad.
Estamos, seguramente, ante una vuelta a los terribles años 30 del siglo pasado. Con todas las distancias que haya que salvar, la situación mundial es muy semejante a aquella: un sistema capitalista liberal que no es capaz de sacudirse sus propias contradicciones y se convierte en caldo de cultivo de ideologías extremas para los descontentos, la medianía, los del montón, los sometidos a duras tensiones vitales, y todos aquellos que no encuentran en el sistema la solución a sus diversas situaciones de indefensión y tangencialidad material, de mediocridad sin esperanza. Porque son los mediocres, precisamente –los que creen que hay que encontrar soluciones definitivas para sus vulgares existencias–, quienes simpatizan con los extremistas y neofascistas que ahora le bailan el agua a Trump. Es lo mismo que ocurrió en Europa con Hitler en aquella década ominosa.
Mientras, los partidos liberales y socialdemócratas se debaten en la politiquilla diaria, cortos de vista ante lo que se avecina. Son ellos, sin duda, los responsables de la situación, por no haber sabido evolucionar y adaptarse a la sociedad, por no haber dado soluciones ambiciosas con la vista puesta en el futuro y no solo –que también– en la pequeña realidad inmediata. Por lo pronto, la escalada del conflicto en Ucrania inaugura una etapa de temor semejante a cuando Hitler se anexionó Austria e invadió Checoslovaquia. El mundo contiene la respiración. El voto es –lo ha sido siempre– un arma cargada de futuro.
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