Un mundo color de rosa

20 de agosto 2024 - 03:07

Qué bonito sería que todo funcionara bien, que todos pensásemos igual, que nuestros intereses fueran los mismos, que la vida fuese cómoda y que el mundo fuese color de rosa. Pero no. El mundo no es color de rosa. Resulta que no todo funciona bien –o, mejor dicho, como a mí o a usted, lector o lectora, le gustaría–. Resulta que no todos pensamos igual. Es más: a veces lo que piensa y dice el otro va en contra de mis intereses. El mundo no es acogedor para demasiada gente: pregúntele a los que vienen en pateras o cayucos, a los que dependen de una dosis diaria, al que no tiene techo que lo cobije por la noche, a los abusados, los marginados, los perdedores, los fracasados… No. El mundo no es color de rosa.

Pero sigamos filosofando como si fuese un día de cumpleaños. Ocurre además que, si echamos un vistazo a la Historia, a cualquier época de la Historia, todo ello ha sido siempre así. El ser humano es un animal social, pero en cuanto se juntan dos seres humanos aparece un fenómeno que no es peculiar de él, sino de todo el reino animal: la política. La diferencia está en que en el resto de los animales las relaciones entre especímenes y géneros se rige por el instinto y el ecosistema, mientras que en el ser humano se rige por su capacidad de decisión y por sus circunstancias (Ortega), es decir, por su voluntad y todo lo que alrededor la condiciona, incluidos la libertad y los derechos del prójimo.

Y así llegamos a la causa principal de la infelicidad humana en el mundo: la desigualdad. Elon Musk compró Twitter en 44000 millones de dólares. En un periódico de ámbito nacional se publica la foto de un inmigrante negro agotado en la arena de una playa y asiendo con fuerza su única riqueza, su gran esperanza: su móvil. Ambas cosas son injustas. Ambas son antinaturales. Ambas, sin embargo, se necesitan: Musk nada sería sin la explotación de miles de personas que se venden e incluso se desarraigan para sobrevivir. Homo homini lupus (Plauto y Hobbes).

Así que ni filosofando un día de cumpleaños el mundo es de color de rosa. La vie en rose, que cantaba Piaff. Pero concedo al lector o lectora un final feliz para este artículo. Puede ser que un día se instale en el mundo, si no la concordia, sí la tolerancia, el respeto al otro –por incompatible que sea conmigo– y la convivencia en paz. Puede ser. Para eso está la cultura, la educación, la formación personal, todo eso. Amén.

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