
¿Qué eh lo que eh?
José Antonio Hernández
Solo faltan los extraterrestres
El pasado mes de enero dos mujeres pusieron diques al olvido, la obispa de la iglesia episcopal de Washington y la ex-canciller luterana Angela Merkel tuvieron el coraje suficiente para enfrentarse a esa amnesia que nos arrastra al fláccido escenario de la desmemoria y a las ocultaciones cavernarias con las que se insufla la extrema derecha.
Debajo de las palabra de la obispa Mariann Edgar hay pulsión en su sermón cuando, mirando a Trump y Vance, les pide “que tengan clemencia con aquellos en nuestras comunidades cuyos niños temen que sus padres sean llevados lejos. Y que ayude a los que huyen de zonas de guerra y persecución en sus propias tierras a encontrar compasión y acogida aquí porque la inmensa mayoría no son delincuentes”.
No pueden ser delincuentes cuando tienen motivos tan poderosos y hacen cosas tan extraordinaria como huir de la pobreza, de las zonas de guerra y persecución en su propia tierra, ni pueden serlo quienes reclaman su identidad de LGBT frente a un mundo hostil.
Hay pulsión en la fe luterana de Ángela Merkel, ex-canciller de Alemania, cuando grita en público que “el fanatismo y el desprecio a las minorías son parte del mundo moderno” y reprocha al candidato de fe católica del CSU -de su mismo partido político, Friedrich Merz- que rompa el “cordón sanitario” en la votación del Bundestag sobre migración, le anima a que rechace los postulados del nacionalismo étnico y no firme alianzas de gobierno con la extrema derecha.
Ambas elevaron palabras tan comprimidas en sus respectivos escenarios, tan necesarias, tan despojadas, que resultan a la vez transparentes y cargadas de ética democrática que iluminan el mundo. Dicen que cuando terminaron de hablar se instaló entre los altos mandatarios un silencio de vergüenza, aunque al lunes siguiente Trump firmó órdenes ejecutivas contra políticas inclusivas del gobierno anterior mientras Merz quiere cuadrar un gobierno con la candidata de la extrema derecha apoyada por Elon Musk, Alice Weidel, y normalizar un nacionalismo que por la historia de ese país espanta a muchos dentro y fuera de sus frontera.
Esas mujeres no forman parte de la grillera de bufones como Marine Le Pen o Santiago Abascal, ni de oligarcas como Trump, Meloni, Viktor Orbán o Milei. Sus palabras resonaron sencillamente como un acto de justicia y dignidad. Fueron la voz irresistible de los que no la tienen, esa que se enfrenta a la estampa grosera de Musk levantando el brazo en el saludo nazi.
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