Victor Hernández Bru

Muface

Sin complejos

08 de enero 2025 - 03:08

Nopuedo decir que me alegre. Sería irresponsable, ya que estamos ante un gran problema para nuestro sistema social y sanitario. Pero no puedo evitar una profunda sensación de satisfacción cuando compruebo cómo las empresas sanitarias privadas golpean la geta del gobierno social-comunista con el ‘caso Muface’.

Repito que no puedo alegrarme del todo, porque si estos chapuceros del gobierno no encuentran solución al atolladero en el que se han metido, tendremos una catástrofe sanitaria, con millones de españoles, funcionarios y sus familias, ahora atendidos por aseguradoras privadas gracias a Muface desde 1975, pasarían a tener que serlo por parte de la sanidad privada, provocando un colapso inasumible.

Vamos, que si Muface acaba, acaba la sanidad pública, puesto que ésta ya está al borde del colapso y será imposible que ahora asuma a millones de mutualistas del funcionariado. Por tanto, insisto, ni frivolizo ni me alegro.

De lo que sí me alegro es de que, por fin, alguien haya reaccionado, en un país en el que la izquierda ha inyectado en el imaginario colectivo, en la conciencia social, la estúpida idea de que la empresa privada es una especie de territorio delictivo, que lo privado es peor que lo público, que ganar dinero con los servicios es como un crimen de estado, todo ello con la complacencia cobarde de un tejido empresarial miedica y timorato, incapaz de hacer valer la realidad de que el país funciona gracias a que, además de servicios y estructuras públicas, hay un solvente entramado de empresas privadas.

Las compañías sanitarias se han plantado, ante un nuevo abuso del social-comunismo. Y ellas, como llevo años reclamando a las empresas y autónomos, han mostrado al gobierno que, sin ellas, el sistema colapsa. Esto me reconcilia con las estructuras empresariales, repito, siempre acobardadas, defendiéndose de lo que son (un ámbito fundamental para la economía), conformado por personas que arriesgan su dinero y otras con un puesto de trabajo tan digo como cualquiera.

No lanzo las campanas al vuelo. No me fío de que las empresas hayan empezado a hacerse respetar; no confío tanto en las instituciones empresariales, que han de tirar de ese carro; ni en los empresarios, que por separado somos miedosos de lo que puedan decir de nosotros. No me fío de los sindicatos que viven del cuento y tienen mucho más poder que las organizaciones empresariales, y por supuesto, de unos medios que siempre bailan al son de la izquierda.

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