27 de agosto 2024 - 03:08

Durante la Guerra Civil Española (1936-1939) numerosas organizaciones y entidades internacionales se volcaron en ayudas de diversa índole a la población que sufría los estragos producidos por el conflicto armado. Ya narré en mi libro LA CASA AZUL el ejemplo de los cuáqueros, que diseñaron una estructura humanitaria en forma de cantinas infantiles a lo largo de la costa mediterránea, la última de las cuales fue la instalada en el Cortijo Azul de Pechina en apoyo de los 100 niños que fueron trasladados allí desde Almería para alejarlos de los horrores de la guerra. La inscripción alusiva se conservó bajo capas de cal azulada en la fachada de la casa hasta su derribo.

Otro ejemplo fueron los llamados Niños de Morelia, acogidos en aquella ciudad de Méjico por el presidente Lázaro Cárdenas en 1937. Aquellos 456 hijos de republicanos españoles, tutelados por el Estado Mejicano, iniciaron entonces un exilio que para muchos fue redentor gracias a los programas educativos y laborales puestos en marcha para ellos.

Y es sorprendente que en la actualidad no existan programas de auxilio, parecidos a aquellos que menciono, para los niños de Ucrania y Gaza, excepción hecha del que aún funciona en nuestro país para algunos niños saharauis durante los veranos. A diario asistimos en directo a la masacre que en Gaza está provocando Israel, país que por su historia reciente debiera estar vacunado contra masacres y genocidios. Tanto, que las escenas horrorosas que contemplamos en televisión ya casi no nos conmueven. Esos niños heridos, enfermos, abandonados a su suerte entre la miseria material y la crueldad de la guerra ya no nos muerden las entrañas. Nuestro corazón se ha petrificado ante tanta maldad contra los más indefensos.

Uno se pregunta qué se puede hacer. Qué hace la ONU, UNICEF, las ONGs, el Comité Internacional de la Cruz Roja, las iglesias… Qué puede hacer España. Sí, sí, ya sé que algunos replicarán que bastante tenemos ya con el problema de los llamados MENAS y que la ayuda humanitaria –insuficiente siempre– ya se canaliza a través de instituciones internacionales. Con ello nuestra conciencia –los que aún tenemos conciencia– puede dormir tranquila. Pero esas escenas terroríficas televisadas casi en directo remueven algo en el interior que nos acusa y nos recrimina nuestra impasibilidad ante el sufrimiento de esos niños. Sería preciso un Morelia europeo para ellos.

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