
Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La hora de Mazón
Reflejos
Es la Monja Alférez un personaje singular en la historia del siglo XVII español. Muchos han oído ese nombre, identificándolo con una mujer severa, temerosa del pecado y estricta en su conducta, más la realidad de su biografía fue otra. El nombre de la Monja Alférez era Catalina de Erauso, natural de San Sebastián, nacida en 1585 o 1592, proveniente de una familia acomodada, de hidalgos y caballeros.
A los cuatro años fue internada en un convento. No se adaptaba a las normas de ese establecimiento, ni poseía inclinaciones religiosas, siendo su estancia en la orden conventual una sucesión de indisciplinas y agresiones, de tal modo que llegó a estar recluida en su celda. De allí, con quince años, logró escapar, se vistió de hombre, adoptando nombre de varón.
Fue paje de diferentes caballeros, e incluso de un secretario del rey Felipe III, cambiando de lugar, por capricho o debido a enfrentamientos, y duelos, con otras personas, haciéndose pasar siempre por hombre.
Sus avatares y andanzas la llevaron a embarcar rumbo al continente americano. Pasando desde Panamá a Ecuador, Perú y Chile. En Perú estuvo trabajando en diferentes negocios, siempre envuelta en pendencias, duelos, y algún asesinato, por lo que se enroló en la milicia preparada para invadir Chile, bajo las órdenes del Capitán Gonzalo Rodríguez. Ascendió al grado de Alférez, no pudiendo seguir subiendo en la escala militar, por la crueldad mostrada con los indios. Esto la enajenó, vagando por Chile realizando actos vandálicos. Perseguida atravesó los Andes, instalándose en Argentina, continuando con sus amoríos, duelos, y delitos de sangre, pasando a Bolivia, donde siguió alternando los negocios con más duelos. En su carrera delictiva siempre tuvo suerte, pero es allí donde fue condenada a muerte, salvada al final cuando se declaró mujer. Fue enviada a la corte, donde Felipe IV le reconoció su grado de Alférez, y autorizó seguir vistiendo de varón. Estuvo en Roma, y el Papa Urbano VIII confirmó la orden real. Al final se trasladó a Méjico, donde se convirtió en arriero, falleciendo en uno de sus viajes, en 1552.
En aquella España, la moral católica era una parte de la vida pública, pero en lo privado estaba bastante alejada de la imagen timorata como nos la presentan hoy día. Según los archivos de la Inquisición, de aquel siglo, los delitos más comunes eran el amancebamiento, adulterio, o vida licenciosa, criticada por lo diplomáticos extranjeros, mucho más estrechos y represivos con la moral pública. Ese periodo histórico español no fue tal y como se entiende hoy día.
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