Francisco García Marcos

El ministro y la presa

Comunicación (Im)pertinente

16 de noviembre 2024 - 03:09

Su excelencia despertó impaciente. Casi no desayunó por tal de incorporarse a primerísima hora al despacho. Su excelencia se sentó en el sillón de cuero, ceremoniosamente, con la mirada proyectada hacia el infinito y más allá. Su excelencia se sabía destinado a convertirse en un héroe histórico al frente del Ministerio de Cultura. Ya había acabado con las corridas de toros. Fuera brutalidades y atavismos nada acordes con la modernidad de los tiempos. Se sentía orgulloso de ello, se había convertido en un adalid del progresismo ya, aunque quedaba mucha tarea pendiente.

Esa mañana estaba dispuesto a que arrancara una nueva época. Allí, en medio de la inmensidad vacía de la mesa de caoba, la carpeta azul con el anagrama del Gobierno de España brillaba de forma singular. Su excelencia quería paladear detenidamente hasta la última letra de aquel informe que le iba a permitir reducir la presa de Almoracid de la Cuba a meros escombros, a ínfimos granos de polvo, aunque fuera un Bien de Interés Cultural. A partir de ahí erradicaría cualquier vestigio de colonialismo en el suelo patrio. Ni un resto en pie de los invasores romanos o musulmanes. La otra parte le estaba costando más a su excelencia. Su homónimo de Exteriores se mostraba renuente a solicitar disculpas e indemnizaciones cuantiosas a Italia por el expolio causado por los romanos en la Península Ibérica. Lo de Al-Andalus parecía incluso más complicado por la dificultad de identificar en la actualidad a los descendientes de ocho siglos de invasión. Su excelencia estaba tan emocionado que no reparó en que esto último era justo lo que pensaban desde Vox, a los que tan enfrentado estaba, al menos en apariencia. Y llegó una DANA a Valencia, fatídica también para el plan de descolonización de su excelencia. En medio de tanta devastación, la presa romana de Almonacid de la Cuba mantuvo inhiestos y ufanos sus 34 metros de altura y sus 27 de anchura. Construida por Augusto y Tiberio en el siglo I, no es una presa cualquiera, sino la más alta documentada en los confines del Imperio Romano. Además, protagonizó una aleccionadora historia. Caída en desuso a partir del siglo II, fue recuperada por los musulmanes, quienes la convirtieron en un azud, hasta nuestros días. La presa sobrevivió a la DANA, al paso del tiempo y a las majaderías de los políticos, como un símbolo de eficiencia, pero también de mestizajes culturales a través de la historia. Muchos años después, cuando su excelencia ingresó en un centro de desintoxicación de obsesiones descolonizadoras, tras años de terapia, sus cuidadores terminaron premiándolo con una excursión a la Comarca del Campo de Belchite, para conocer los pasadizos que rodean la presa de Almonacid hasta su base, con la esperanza de que alcanzara a comprender algo del funcionamiento de la historia humana.

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