Ayer el egocéntrico Trump tomó posesión como presidente. Cruzó el umbral del Despacho Oval de la Casablanca y, desde ese solemne lugar, mañana empezará en Chicago su íntimo resentimiento y secreta revancha para deportar inmigrantes. A su investidura asistieron sus pares Javier Milei, Bukele, Giorgia Meloni o Viktor Orbán, rijosos guardianes de fronteras sin bárbaros, junto a otros toscos personajes. Me asusta esa música imprevisible y radical que anuncia Trump. Me da miedo avive los actuales conflictos de guerra en un mundo tambaleante hacia un mundo caótico capaz de destruir todo lo cimentado. Yo quiero los anclajes que a lo largo de la historia dieron sentido a la totalidad social, al pluralismo de valores, a la democracia como forma de convivencia. Quiero vivir sencillamente con la línea que el destino trazó en la palma de mi mano. No quiero para esta tierra que piso el evangelio oportunista de políticos sin rastros de emoción en sus ojos de lobo, prestos a desmantelar los servicios públicos de la salud o la educación, devoradores de emigrantes que tan solo buscan su pequeña porción de sueño y los olvidan en un océano de cayucos mientras pontifican sobre estándares éticos. Quiero vivir en un mundo protegido, no con muros como símbolo del desprecio de un pueblo a otro, sino en un tiempo humano de mi misma dimensión.

Miedo me dan los mesiánicos de teorías conspiradoras y estética rebelde que niegan el cambio climático o la eficacia de las vacunas. Tengo miedo de los voceras de réplicas airadas en los escaños de la soberanía nacional en busca de audiencias entusiastas y maleables que nos distraen del mapa de problemas reales y olvidan cómo llenar la despensa, la inmigración, la educación pública, cómo pago este año la luz o por qué esas colas cuando estoy enfermo.

Miedo siento ante quienes utilizan con desfachatez el casticismo patrio y la mentira como estrategia política necesaria para desestabilizar la sociedad, sin que les conmueva cómo el paisaje de las clases medias deriva hacia la pobreza y esta a la precariedad colectiva. Miedo me dan cuando no se escandalizan por los altos sueldos de alcaldes y servidores públicos en ciudades y comunidades autónomas donde gobiernan, pero sí les preocupa los índices Nikkei, el Ibex, el Dow Jones y la próxima puerta giratoria. Si hubiera un registro mundial de todo el dolor y odio que segrega esa gente iría a ese registro con humildad, con la súplica en los ojos a pedir piedad y firmaría con la tinta de mis venas estos sueños que aquí escribo. Y no me importarían los reproches si mis sueños vuelan alto y no se cumplen, yo seguiría volando alto porque entre esta gente no hay futuro y en los sueños sí.

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