Antonio Lao
El silencio de los pueblos
Querido profesor, querida profesora, cada vez que piensas que te ha tocado un grupo malo, cada vez que le dices a un chico o una chica que este año le va a costar mucho sacarlo, le dices que no vale para las ciencias (o para los idiomas, para la música u otra materia), cada vez que dices «ya no puedo más», cada vez que piensas que no hay nada que hacer, que alguien no va a aprobar el curso (después de la evaluación inicial de septiembre), cada vez que consideras que las familias vienen solamente a molestar… estás contribuyendo a que las cosas empeoren. El grupo será mucho peor de lo que podría ser, el alumno tendrá muy difícil aprobar, las familias estarán descontentas y se quejarán.
Querida madre, querido padre, cada vez que le dices a tu hijo o tu hija que es una inútil, que es torpe para los idiomas, para los deportes o las mates, cada vez que dudas sobre si será capaz de sacar el curso, cada vez que comentas «es que yo no valía para estudiar y él (o ella) tampoco», cuando solo comentas lo que hace mal, cada vez que hablas despectivamente de él o ella (en su presencia o a sus espaldas), cada vez que juzgas, etiquetas, encasillas, pones barreras a que haga algo diciéndole que «eso no va a poder hacerlo»… estás empeorando las cosas. Tu hijo o hijas nunca sentirá que domina un idioma, le costará muchísimo sacar los estudios, pensará que lo que hace no merece la pena, cargará con la pesada mochila de las etiquetas durante mucho tiempo, puede que durante toda la vida.
Todo esto no es pensamiento mágico, superstición, ni son eslóganes de Mr. Wonderful. Es ciencia. Está demostrado. Las expectativas que depositamos sobre nosotros mismos y sobre los demás condicionan por completo nuestra vida. Pueden sumergirnos en el más oscuro de los pozos, llevándonos al precipicio, al peor de los destinos… pero lo bueno es que también funcionan en sentido opuesto. Cuando partimos de la convicción de que nada está escrito, de que somos dueños y dueñas de nuestro destino, somos seres hacedores de historia, podemos llegar donde nos propongamos, especialmente si actuamos colectivamente, junto al resto de la comunidad… todo empieza a transformarse. Todo empieza a mejorar. Por eso no se me ocurre mejor mensaje de principios de curso que este: tengamos altas expectativas, siempre, hacia nuestros hijos e hijas, nuestras familias, nuestro alumnado, hacia nosotras y nosotros mismos.
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