Luces y Razones
Antonio Montero Alcaide
Navidad
Después de un mes en silencio vuelvo apesadumbrado. No precisamente por el síndrome post-vacacional (que bien podría ser) sino porque encuentro que las cosas están igual de mal o peor que cuando dejé de escribir. Lo que más me duele es contemplar cómo se hunde la naturaleza que me rodea. Vivo en la sierra de los Filabres y tengo que decir que desde hace muchísimos años no he visto sus cerros y sus llanos tan penosos. Quizá tenga que remontarme al incendio que asoló su vegetación hace unos 27años para ver un panorama tan triste. Se están secando los arbustos que pueblan las laderas: tomillos, romeros, albaidas, aliagas…hasta los acebuches y las retamas. Pero es que lo de esta temporada es excepcional: pluviómetro en mano no han caído más de sesenta litros en todo el año agrícola. ¿Qué vegetales pueden soportar esa falta de agua? Así se comprende la desolación que presentan los almendros y los olivos cultivados tradicionalmente en puro secano: están marchitos, sin fruto, cuando no se han secado definitivamente. Solo hay un ligero consuelo cuando nos referimos a los arbustos. Suelen tener la capacidad de reponerse si alguna vez le da por llover, aunque las expectativas a corto plazo, según la AEMET o los informes que da televisión, no dan pábulo a la esperanza. Y hablando de los árboles que se están secando hay que nombrar el agobio que produce circular por ciertas zonas de Tabernas o de Uleila del Campo o de Lubrín. Grandes bancales tienen todos los olivos secos. ¿Alguien se ha entretenido en contar cuántos olivos de más de cuarenta años, en plena producción, se han secado a tajo parejo? Sabiendo lo resistentes que son estos árboles a la sequía ¿cómo se pueden explicar esas muertes? A uno se le ocurre pensar que puede deberse a algún tipo de plaga, aunque hay bancales limítrofes que no se están secando. Además, en tal caso, ya se habría dado la voz de alarma por parte de los autoridades competentes (digo yo). ¿Se están muriendo solos los olivos? ¿Su muerte es producto de la desidia? ¿O hay algunas decisiones que los han condenado a muerte (qué triste sería si es vedad)? Copiando a Miguel Hernández pregunto: “Decidme en el alma ¿qué (o quién) mató a los olivos”. Lo más triste es que no es tan fácil reponerlos como los arbustos. Muchos años de esfuerzos, de dinero, de trabajo se van al traste definitivamente. Y más desierto. Y cunde la propaganda pidiendo que se planten árboles.
También te puede interesar
Luces y Razones
Antonio Montero Alcaide
Navidad
Comunicación (Im)pertinente
Papá Noel robotizado
Sin complejos
La mentira histórica
Equipo Alfredo
Urbanismo doloso