
Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Fétido 'dèjá vu'
Este artículo se iba a llamar lunes pero como he certificado que ya tengo dos con ese título, lo llamaré martes, el día que lo escribo. No repetiré más de dos veces los títulos de los artículos, si bien sean un sustantivo común. Y no obstante voy a hablar del lunes. El lunes alberga el caos, barrunta cualquier cosa, lluvioso, cálido, primaveral soleado, ardiente, frío, sofocante, y todo al mismo tiempo. Salgo otra vez del hotel está vez con el anorak de frío frío, porque en castellano un sólo adjetivo (o sustantivo) no dice nada realmente, mas si se repite, evoca su significado verdadero, frío frío, es decir, frío de verdad, café café, con leche, por favor, templado, en taza. El lunes nazarenos vestidos de morado y gualda, acuden siempre acompañados de alguien que les asiste, por la calle Puentezuelas de Granada, prestos a converger en la salida de la procesión. Son las cuatro de la tarde. La gente, los espectadores, ya han llegado hace rato a saturar las aceras cercanas a la salida, muchas personas, sin embargo, van hacia ese saco sin fondo que son las cercanías de la iglesia, esperando colarse, vislumbrar un hueco, o un hueco detrás de un hueco. Algunos saludan a alguien conocido, se ponen a hablar con él o ella, para, conforme pasa el tiempo, quedarse de rondón en ese sitio y cuando pase la procesión tratar de echarme a un lado. Mientras, el calor hace presencia, me quito el anorak, y me lo pongo a modo de capote sobre el cuerpo, porque también hace frío, pero no frío frío. Y en el entreacto de la hora larga de espera, sentados en un portal, en un día gris y nuboso, aparece el sol con todo su poder, justo entre dos edificios y dirigiéndose solo a nosotros, y ya no hay abrigos ni capotes, ya hay que arremangarse. Lentas las manecillas, tedioso el reloj todo llega, llegan los cientos de cofrades con su antifaz y faja, capuz, caperuz y capirote, largas velas apagadas, paso desordenado, barullos, murmullos, rosarios, banderas y estandartes, oros y rasos, pasos sin tempo. Todo pasa tan lento, y a la vez tan rápido, que ya se ha ido todo, y ha quedado el recuerdo. La vez que vimos pasar entera la procesión del Rescate, a plena luz del día, sin tumultos delante, sin lluvias, sin padecimientos más allá de un intervalo de sol y calor, luego, al borde del Darro idílico primaveral. Sólo ese trocito de envidia, con perfumes intensos de todas las clases y fragancias.
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