
A Vuelapluma
Ignacio Flores
¿Por qué 101 lobos?
Gafas de cerca
Estoy suscrito a este diario, y lo ojeo y hojeo tomando un café solo, tras dar los debidos buenos días a quienes allí trabajan de blanco y negro, con mayor o menor ánimo y más o menos risueños ellos y yo. Salvo quienes, con gran criterio, desayunan en casa, llama la atención la forma en que no pocos clientes demuestran sus maneras en esas horas de tonto el último cuando abusan del mayor chollo que en Andalucía tenemos en hostelería: el desayuno, y quienes te lo sirven.
Por una cantidad aún más que razonable, antes del nuevo arreón inflacionario que viene travestido de zoco arancelario global, no pocos ni pocas ordenan unas combinaciones maniáticas de cafés; leches normales, sin gluten o vegetales, en proporciones y con temperaturas en las que parece irles la vida, o sea, la mañana; la tostada más o menos hecha o de la parte de arriba o abajo de la pieza de pan, impacientándose o urgiendo a los que los sirven, sin reparar en el ratio cliente/camarero, pidiendo luego un poco más de esto o lo otro para su poción mágica; que si en vaso o en taza, templado... o muy caliente, para marcarse un solo de campanilleros con la cucharilla, dando la del tío del tambor al resto de congéneres de barra. Piden agua con indicaciones sobre cuán lleno debe estar el vaso.
Las gracias y los por favor de los desayunadores histéricos –una insoportable minoría– son tan falsos como los de quienes se cuelan en la charcutería con educancia de colegio de pago o bastedad de analfabeto: “Ay, disculpen, voy a preguntarle a Gregorio...”. La cola, leñe, la cola, no pregunte nada: espere su vez. El desayuno en el sur, e incluyamos Portugal, y al menos en los barrios donde no hay guiris ni brunch con aguacate, es el servicio con mejor relación calidad/precio de Europa. Tú vas a Marsella o Múnich con esas exigencias y te mandan al guano. No rechistas. Y te cobran unas cuatro veces más que en el Bar Parada o Casa Miguelito. Con la absoluta certeza de que la tostada, si te la tuestan, no lleva un aceptable jamón serrano.
Permitámonos otra sugerencia: con bulla, tampoco hace falta en tan cotidiano trance vocear tu sentido del humor. Como el tonto del Torbiscal: pedir, callar y pagar. Volver a dar los buenos días, y a huir. “Yo, hasta que no me tomo un café, es que no soy persona”. No, hija, no, decía Ozores: usted es persona todo el día. En el desayuno de cafetería o barra inoxidable nos retratamos. Pastoreados a los destinos Ryanair, mansos somos. Descafeinado corto de café con leche sin gluten templada en vaso de caña...Wot? ¡Teskiyá!
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