El Medio y el Ambiente
Ignacio Flores
Sin química es imposible el progreso
Por un momento, podríamos afirmar que el ser humano es el triunfo de cuanto ha permanecido o ha subsistido en este mundo. Realizamos una lectura de la historia y advertimos que, en cierta manera, somos los supervivientes de una gran catástrofe que humea hasta nuestros días. Movimiento y transformación como leitmotiv de la humanidad. Fuego y destrucción para renacer desde el ave fénix.
George Steiner, en sus conversaciones con Pierre Boutang, afirmaba que el ser humano tenía su lugar entre el viernes que murió Dios y el domingo que resucitó. De una forma metafórica, establecía que ese sábado, donde el hombre y la mujer no tienen un dios, arrastrados al mundo profano desde la divinidad, se adentraban en el abismo mismo del ser humano, que no era otro que ser, encontrándose huérfanos de Dios y a la espera de él.
Desde un punto de vista dialéctico, podríamos afirmar que Dios no ha muerto, se ha reinventado. Y la historia nos apresura a advertir que, desde una afirmación figurativa, es así. La necesidad de los actores fácticos de establecer qué son y qué no son nuestras prioridades, partiendo desde nuestra hambre más íntima e innata espiritual o existencial, hasta su canalización hacia aquellos deseos mundanos que hacen que el pueblo soberano acabe subyugado y encadenado al sistema.
Al fin y al cabo, lo importante es despojar al individuo de su capacidad de decisión. Unos, por no creer en nada; otros, por creerse demasiado todo.
El reto que nos espera en el futuro es la formación de seres humanos con la suficiente capacidad como para poder discernir entre la realidad y lo real, entre los impuesto y lo elegido, entre el vacío y el abismo. Porque dioses existirán –de forma simbólica o material, eso no lo dudo. Más que por mí, por aquellos que realmente lo necesitan o no- y nuestra lucha debe ser en contra de la dualidad de aceptar ese dios que es y lo finito que gira alrededor. Entre la divinidad del espíritu y su perfección, como única entidad capaz de salvarnos, o ante el carácter profano que nos quieren imponer, aceptando la podredumbre del ser y de su sistema. Porque quizás lo que está en medio sea el hombre o la mujer y ante eso poco o nada más podemos decir, poco o nada nos quedaría por saber. Y quizás, solo quizás, es sobre quien se debería establecer cuáles son las prioridades. Su supervivencia depende de sí mismo: Qué y en qué verdaderamente quiere creer.
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