A Vuelapluma
Ignacio Flores
No son las emociones, son las deudas
Que estén cerca las celebraciones de Halloween y de los Fieles Difuntos, acaso dé para el sincretismo -la conciliación de aspectos diferentes-, o ni siquiera, ya que la adecuación de esa fiesta ajena la trasmuta y convierte en algo distinto, infantilmente festivo y lúdico, mas poco rememorativo. Ante la celebración del día de los Fieles Difuntos, cuando la conmemoración se alía con el recuerdo para preservar a los que se fueron de la segunda, y más definitiva, muerte del olvido, sí viene a propósito, dada la palmaria evidencia de que son difuntos porque murieron, un cometido como el de la limpieza o el orden antes de la muerte. Práctica que parece algo adoptada entre los suecos a fin de evitar, a los descendientes o convivientes, la necesidad, precisamente, de ordenar o deshacerse de las variadas y variopintas pertenencias que fueron del finado hasta que dejó de estar -no sobra recordar la genialmente concisa máxima de Saramago: “Morir es haber estado y ya no estar”-. Basta pensar, sobre todo si se llevan algunas décadas a la espalda y, aunque la parca no merodee, está algo más cerca el tiempo en que se dé una postrera vuelta, basta caer en la cuenta, se dice, de la diversidad de objetos y materiales, además de otros efectos y bienes, que, si no se limpian y ordenan, darán una penosa tarea -añadida a la aflicción de la pérdida- a los que tengan que hacerlo en cuanto el finado no esté de cuerpo presente. Es el caso de la ropa, sobre todo cuando gusta tener buen fondo de armario; de la disparidad de objetos o cosas que se custodian o conservan sin que se les de uso o atribuya valor, tan solo por la inclinación a guardarlo todo; de recuerdos más íntimos o documentos muy privados, que se preservan e incluso se esconden para que no se acceda a ellos, pues revelarían lo que, durante largo tiempo, estuvo a buen recaudo. De manera que poner limpieza y orden en este crecido patrimonio de las pertenencias personales, aunque es recomendable en todas las estaciones de la vida, resulta particularmente necesario cuando en lontananza se vislumbra la consunción de los días. Y, así, quienes hayan de hacerse a la pérdida de la compañía, o de la presencia o de la existencia del ya finado, no vivan turbaciones añadidas y de los Fieles Difuntos queden los recuerdos y las añoranzas que los tienen siempre vivos en la memoria.
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