Limpieza general

Cambio de sentido

02 de julio 2024 - 03:08

Me pregunto si aún se hacen, o ya es cosa del pasado, aquellas limpiezas domésticas radicales de las que fui testigo en la infancia, que incluían por supuesto encalar la fachada, pintar barandas (eso de pedir en la droguería una lata de verde carruaje tiene su punto lorquiano), lavar cortinas, orear las mantas. A diferencia de otros zafarranchos, menos considerables y de aire más dramático, que hacía y hace frecuentemente mi madre a solas, aquellos de agua y cal tenían un punto alegre, comunitario y de vísperas. Caían en los preludios de las calendas de mayo y las fiestas vestales –aquí, antes que apostólicos fuimos romanos– en honor a la santa patrona, cuando la bajan de la ermita y la pasean por el pueblo en animada procesión. Frente al frío interior y el desasosiego que traían consigo las apuradas limpiezas del sábado, esas otras olían a sol.

Traigo el aroma de esas alegres purificaciones porque inspiran, de algún modo, a la limpieza general de los dentros, para la que estas fechas de principio de verano son perfectas. Ahora quizá tenemos algo más de tiempo y sosiego, han concluido ciertos quehaceres del curso, hay otro ritmo más humano. Es un tiempo propicio para bajar la basura, administrarse un plan detox contra la infoxicación y el encabronamiento metódico –lo llaman polarización–, lavar los trapos sucios, arreglar las goteras (llorar por ellas lo que haga falta), exfoliar sin presionar demasiado la máscara que ya no nos encaja en la cara, colocar el cartelito que reza “No pisar las flores”, despedirse –a la francesa, si no queremos gastar saliva– de quienes no nos dan nuestro sitio, arrimarse al querer, lavar con sosa la envidia cochina propia y untar con aceite la ajena, abrir las ventanas, atarse la llave en el sostén, encalar, engalanar y convidar, que la procesión de la Venus un año más pasa por tu puerta.

En los días pasados observaba por las redes fotos de quienes hacían sus ritos de la Noche de San Juan. Para poco más que para un selfi sirven, para poco más que vestigio con el que hacer caja, si hemos dejado que se nos seque la fuente donde el símbolo y la razón manan juntas, “si los humanos no desnudan/ bastante sus palabras ni sus hábitos/ ni hacia los astros tienen ya las manos”, decía Antonio Colinas; si una no dispone, dueña de sí misma, hacer por los dentros limpieza general a fondo, con encaladores, vecinas y la niña que fuimos; con agua, jabón y viento fresco. Fuera mugre, balcones abiertos.

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