Luces y Razones
Antonio Montero Alcaide
Navidad
Es posible que muchos recuerdan la historia con la que hoy abrimos porque es una de esas que mantienen al mundo entero en vilo. El 5 de agosto de 2010, 33 mineros quedaron atrapados en la remota mina de San José, en el norte de Chile. Uno de los muros colapsó, dejando incomunicados a 33 mineros bajo 700 metros de tierra y roca. La dificultad técnica para alcanzarlos hizo que multitud de países se movilizaran y mandaran maquinaria de última generación, guiada por técnicos de la más alta cualificación. Pero, de entre todas las figuras, una alcanzó un protagonismo inesperado. Luis Urzúa era el capaz de turno de aquella cuadrilla, y quedó sepultado junto con los hombres que comandaba. Su liderazgo fue clave para que todos consiguieran sobrevivir. Tardaron 17 días en llegar a ellos con una pequeña sonda. Hasta entonces, subsistieron con apenas dos cucharadas de atún, medio vaso de leche y un trozo de galleta cada dos días. Pero es que el rescate al completo no se efectuó hasta pasados 69 días, siendo Don Luis el último en salir. Una vez fuera, todos estuvieron de acuerdo en que la fuerza del líder, junto con su amplia experiencia en ese entorno, hicieron posible lo improbable. Sobrevivieron todos.
Confieso que estas historias me ponen los pelos de punta porque son la prueba palpable de que el liderazgo natural dista mucho del amiguismo al que solemos estar acostumbrados. Muchos de nuestros dirigentes, hoy día, son elegidos porque saben cantar el estribillo de moda, pero no por su verdadero valor. El desastre de Valencia es un ejemplo reciente de ello. Hay una diferencia estratosférica entre ocupar un puesto de poder y liderar realmente. El auténtico líder se forja primero al fuego lento de la empatía y el sacrificio, antepone el bienestar del grupo por encima del propio. Saben priorizar y actuar bajo presión y, sobre todo, poseen el don de transmitir calma y confianza en medio del caos. El líder de pacotilla, en cambio basa su posición en la popularidad y el colegueo, carece de los mimbres emocionales para gestionar una crisis real y abre un abismo emocional entre él (o ella) y las personas a las que supuestamente dirige.
Tenemos montones de ejemplos de uno y otro estilo alrededor nuestra. Pero si algo nos enseña la historia de Luis Urzúa es que el liderazgo real se gana. Guiar no es ir delante, sino estar dentro, empujando como el que más y corriendo como el que menos.
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