Lenguaje no verbal (II)

31 de diciembre 2024 - 03:09

En la columna de la semana anterior introdujimos breves nociones neurocientíficas sobre el lenguaje no verbal. Hoy pretendemos ser más prácticos y elaborar la guía definitiva de supervivencia gestual en territorios tan complejos como son las cenas navideñas.

Comencemos con las miradas. Ya se sabe que algunas matan y otras refuerzan el vínculo. Evitar el contacto visual directo puede ser útil para esquivar preguntas incómodas: “¿Y para cuándo la boda?”. Sin embargo, una mirada cálida en el momento oportuno puede tener un gran efecto sobre el otro. Tenemos también la sonrisa, pero ojo, que no todas son iguales. Hay sonrisas sinceras (las que arrugan los ojos) y otras, que solo implican los músculos cercanos a la boca, que resultan meramente complacientes. Una sonrisa neutra, acompañada de un ligero arqueo de cejas, también sirve para desviar un tema sin entrar en confrontación.

Por otro lado, disponemos de los brazos. Sirven tanto para dar abrazos sinceros como para lánguidos apretones de manos. Pero, cuidado, que comunican mucho más de lo que creemos. Mantenerlos relajados y abiertos es señal de disposición y comodidad. Cruzarlos, en cambio, puede transmitir rechazo, incomodidad o incluso cansancio.Y así, por contigüidad anatómica, llegamos a las manos, auténticas emisoras de mensajes constantes. Las manos abiertas y visibles sobre la mesa proyectan sinceridad y cercanía. Quienes las mantienen bajo la mesa o en los bolsillos inspiran un aire distante o incluso desinteresado. En un ambiente de cercanía emocional, un toque suave en el brazo puede ser un gesto de consuelo, siempre que se haga con naturalidad.

Por último, llegamos a la postura, aquella que lanza el mensaje más poderoso de todos. Una postura erguida pero relajada no solo proyecta confianza y apertura, sino que contagia energía a quienes te rodean. Por el contrario, una postura encorvada o rígida puede transmitir desinterés o cansancio. Además, lo interesante de la actitud postural es que no solo afecta cómo te perciben los demás, sino también cómo te sientes contigo mismo. Así que, aunque no tengas interés en escuchar otra hazaña más de tu primo, yergue la espalda y te sentirás menos agotado.

Y llegamos a la recomendación final: si a la Navidad quieres sobrevivir, endereza los hombros, mira a los ojos y disponte a sonreír. Porque, al final, el mejor regalo que puedes dar no se envuelve, se transmite.

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