
Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Fundido ibérico
luces y razones
No pareció esta la complaciente adulación al rey felón Fernando VII, en rendida sumisión al absolutismo monárquico. Ni incluso la que sí fue dicha, el reproche al “ardiente deseo de discurrir con novedad, que es la manía de nuestros tiempos”, debe entenderse así, pues se trataba de desaprobar la inclinación a imaginar novedades, acaso novelerías, fueran o no razonables o posibles. Sin embargo, la facultad de pensar y su producto genuino, el pensamiento, han sido, y son, motivos de prevención y recelo, pues permiten el discernimiento, el juicio autónomo y crítico, el criterio propio, no sujeto a doctrinas, argumentarios o consignas. Auguste Rodin, a comienzos de los ochenta del siglo XIX, esculpió El pensador para que apareciera, sentado, en el conjunto escultórico La puerta del infierno, que encargó el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes de Francia. Que esta réplica haya sido realizada por alumnos andaluces de un instituto de educación secundaria, con la dirección de espléndidos docentes, y figure en el edificio de una administración educativa, lleva a pensar -sin que sea discurrir con novedad- en que el pensamiento, directamente asociado a la reflexión, ha de ser una facultad mayor, dígase competencia, que resulte de la más esmerada enseñanza y propicie los más significativos aprendizajes. Esto es, enseñar y aprender a pensar.
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