La rentabilidad, del pasado, siempre tiene moralina. Un cuarto de moralina, otro cuarto de actrices y actores regulares y dos cuartos de guionistas calentándose la cabeza durante un año mínimo para hacer seis episodios. Lo bate todo bien para hacer el batiburrillo, y ya tiene usted una serie española. Pongan los medios adecuados, cámaras, catering, vestuario, casting, travelling, peluquería, luces, script, director, ayudante del director, ayudante del ayudante del director, silla con el nombre del director, y venta y encastre a Netflix. Y Netflix accede porque alguien le dice que tiene un tren lleno de muchachados dispuestos a satisfacer su mono de reivindicación, aunque sea pobre. La epopeya de la épica conquista de los derechos luchando ferozmente contra un régimen sanguinario y represor en el que se vulneraban las más básicas de las libertades. La lucha del bien contra el lado oscuro. Las togadas abogadas jedi con su bolso y maletín laser y el poder de la fuerza luchando contra el imperio y los malos malos en tiempos grises con los grises. Las batallitas universitarias corriendo delante de los aporrados. Los panfletitos. La multicopista. Gracias a esas y esos pero más a esas tenemos ahora la gran democracia que tenemos, donde el imperio imparcial de la ley y la justicia universal y gratuita brilla en todo su esplendor en el Olimpo de libertad. Ya no hay fiscales bajo el pulgar, ya no se dice desde arriba quien y cómo. Esa independencia judicial inmaculada con sus escarapelas y sus símbolos. Las abogadas yeyés no llevan minifalda ni van a guateques, no defienden a los grandes y poderosos, defienden a los débiles, el pueblo, ponen ladrillos, se meten en el barro, en los suburbios, beben a morro de la botella de tintorro. Vete ahora a hacer lo mismo en los poblados chabolistas, lucha por sus derechos, con el cura obrero de la zona, con sus humildes trapicheos de drogas y enganches ilegales para cultivar marihuana, con sus pistolas y su ley. La culpa de que esa estampa romántica del lumpen de antaño sea ahora taxi driver es del resto de la sociedad, ellos son buenos por naturaleza, buenos salvajes contaminados por los demás. Las abogadas ya no van bajan al infierno sórdido sino que suben en ascensor a la planta que dice la cédula de citación del contencioso juzgado, vestidas de Zara o Sfera, con su caro portátil. Y saben que defender a humildes, es de cutres.

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