Del Lamborghini al bonobús

14 de septiembre 2024 - 03:09

Cuando por mi edad creía que lo había visto y oído todo, cada día me levanto con alguna sorpresa. Ahora, que la fecha de la Navidad se puede establecer a criterio de un sátrapa como el líder venezolano Maduro, entendiendo por sátrapa la acepción “Persona que gobierna despótica y arbitrariamente y que hace ostentación de su poder”.

Fue a partir del siglo IV cuando la Iglesia estableció el 25 de diciembre como fecha en la que los cristianos celebramos este acontecimiento. Es, por tanto, una celebración de carácter religioso. Pues aun así, el sátrapa venezolano, que se ha autoproclamado vencedor tras unas elecciones generales en las que las pruebas de fraude son evidentes, anunció el pasado 2 de septiembre que “en homenaje a ustedes (pueblo venezolano), en agradecimiento a ustedes, voy a decretar el adelanto de la Navidad para el primero de octubre”. El sátrapa inició su intervención repitiendo en varias ocasiones que “septiembre ya huele a Navidad”, a pesar de que aún quedan casi cuatro meses para esta fecha tan señalada en el calendario cristiano. Esta decisión política ha sido cuestionada por la propia Conferencia Episcopal de Venezuela (CEV), que ha rechazado el uso político de esta celebración de carácter universal. El modo y el tiempo de su celebración compete a la autoridad eclesiástica, no debiendo ser utilizada con fines políticos.

Pero a pesar de mi sorpresa por esta decisión, me entero de que no es la primera vez que Maduro adelanta la celebración de esta festividad. Esta medida la tomó por primera vez en 2019, cuando decretó que la Navidad comenzara el 1 de noviembre; en esa fecha, Venezuela cumplía 24 meses de hiperinflación, además del deterioro de los servicios públicos, la falta de gasolina y de gas doméstico. En 2020, año marcado por la pandemia del Covid-19, el sátrapa adelantó la Navidad al 15 de octubre, mientras la ciudadanía le reclamaba atención a los problemas económicos y sociales que enfrentaba la Nación. El 4 de octubre del 2021, volvió a decretar que “llegó la Navidad empezando octubre”. En 2022, las festividades navideñas comenzaron nuevamente el 1 de octubre, con luces y árboles decorando los parques y avenidas en medio de la conmoción social. Y un año después, el 1 de noviembre del 2023, Maduro volvió a decretar el inicio de la Navidad. Estos adelantos navideños no dejan de ser una cortina de humo para ocultar los problemas políticos y sociales del momento, aprovechando para repartir dádivas entre sus seguidores y capas sociales más desfavorecidas, como va a ocurrir ahora tras el escandaloso fraude electoral.

Justo después de las Navidades adelantadas, el próximo 10 de enero Maduro tiene previsto tomar posesión de su tercer mandato presidencial, en virtud de los resultados oficiales de las elecciones del 28 de julio difundidos por el Consejo Nacional Electoral y del que no se han presentado las actas que prueben su victoria.

Es interesante conocer que, de acuerdo a los datos de ACNUR (Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados) sobre la situación en Venezuela, actualizados a 1 de agosto de este año, 7,7 millones de venezolanos han huido al extranjero (el 29% del total de la población), de los cuales un 85% aproximadamente están en otras Naciones hispanoamericanas sin perspectivas de retorno a corto y medio plazo. Esta situación representa el mayor éxodo en la historia reciente de la región y una de las mayores crisis de desplazados en el mundo.

Y cuando aún no me he repuesto de este asunto de la Navidad venezolana, me levanto otra mañana con la frase populista “más transporte público y menos lamborghini”, o dicho de otra forma, “bonobús frente a coches de lujo”. Tras el desastre de la guerra civil, la generación de mis padres trabajó duro para conseguir un “600” y un apartamento para las vacaciones, creando un patrimonio familiar de la nada para legar a sus hijos y que estos pudieran acrecentarlo, mejorando el coche y el apartamento; ahora a mí me toca decirle a mi hija que los tiempos han cambiado y que el estado de bienestar que hemos ido creando se reduce a un bonobús. Y lo de elegir en qué gastar lo que gane con su trabajo va a estar condicionado por el Estado, penalizando cualquier otra opción, coartando con ello su libertad. En vez de intentar que el nivel del estado de bienestar sea cada vez mayor y que todos podamos optar a tener un lamborghini, lo bajamos para igualarnos en la pobreza.

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