Opinión
Reinauguración del sagrado corazón de jesús
HACE unos días tuve la oportunidad de ver una de las películas que más me han impactado a lo largo de vida. Quizás porque la primera vez que la vi estaba metido de lleno en la carrera de medicina, el caso es que me impactó. La cinta va sobre un médico de reconocido prestigio, encarnado magistralmente por el actor William Hurt, tan buen cirujano como frío en el trato. Nunca se refería a los pacientes por su nombre si no por el motivo del ingreso, es decir, el de la hernia o la vesícula. Sin embargo, la vida le da un golpe en plena cara. Sufre un cáncer de garganta y su universo de tambalea, ahora se sitúa como paciente en el otro lado de la medicina. El mejor especialista que le puede tratar, con un menor número de recidivas y una mayor tasa de curaciones resulta ser un personaje frío y poco humano. Un día, mientras esperaba a su médico, observa como otro especialista consuela de forma cariñosa a una familia tras recibir malas noticias. Vio como el médico abrazaba y tocaba con respeto y comprensión. Ya sabía quien le operaría. No el mejor, pero sí el más humano. A la vuelta de la cirugía y la radioterapia y con la curación escrita en la frente, se incorpora a su trabajo y toma una decisión sorprendente, descrita en uno de los discursos que mejor expresan lo que significa ser médico:
"Los pacientes tienen nombres. Acuden a nosotros porque se encuentran mal. Están asustados. Ponen su vida en nuestras manos porque quieren ponerse bien y recuperar sus vidas". Todo su equipo pasa dos días en el hospital, durmiendo en camas y comiendo la comida que comería cualquier paciente; sometiéndose a las pruebas que un médico prescribe pero nunca ha probado en sus carnes. Una obra maestra.
Si fuera profesor de la facultad de Medicina, la pondría el primer y el último día de la carrera. Eso debe ser un médico. Mis lectores habituales, acostumbrados a leer en este foro sobre lesiones de deportistas famosos, enfermedades de actualidad o alguna prueba deportiva que haya realizado. Hoy no voy a hablar sobre eso. Por desgracia, esta semana me ha tocado estar sentado al otro lado de la medicina.
Mi hija Paloma fue operada de apendicitis hace unos días. Además, como buena recomendada, se complicó con un absceso dentro del abdomen. Como el apéndice al inflamarse se llena de gérmenes, algunos de ellos crecen y forman acúmulos de pus dentro del abdomen que requieren ingreso para tratamiento antibiótico por vía endovenosa. Tengo que decir que esta experiencia me ha hecho reflexionar mucho acerca de lo que significa ser médico y paciente.
Los 60 minutos que duró la operación fue el período de tiempo más angustioso y duro que he pasado en mi vida. A pesar de que una intervención de apendicitis tiene un resultado predecible, riesgo controlado, no deja de ser una operación y como médico, uno siempre se pone en lo peor. No recuerdo cuántas veces miré el reloj pero si digo que lo hacía cada dos o tres minutos no exagero.
El manejo del postoperatorio y de las posibles complicaciones también tienen lo suyo. La incertidumbre de cuánto tiempo deberemos permanecer ingresados hasta alta, del resultado de las pruebas, la ausencia de noticias, que si la doctora no pasa por la planta…..es una amarga experiencia en toda regla.
Desde que soy capaz de recordar, siempre he querido ser médico. En mi opinión, uno debe ser bendecido con el don de la vocación. Si uno no la tiene, mejor que se dedique a otra cosa pero no a ser médico. Un médico puede ser un auténtico crack colocando ligamentos cruzados o quitando apéndices con los ojos cerrados, pero luego ser un témpano a la hora de ponerse en el lugar de la persona a la que has operado. Para mí eso no es vocación. Eso es ser un buen cirujano pero un mal médico.
Los pacientes y sus familiares se encuentran en una situación tremendamente vulnerable, indefensos. Tienen miedo al dolor que le podamos causar, incertidumbre por el resultado de la operación a la que se van a someter, dudas e interrogantes que a veces no se atreven a preguntar por miedo a una mala contestación o a poner en contra a ese Mesías que nos debe devolver la salud.
Esta experiencia me ha servido para experimentar qué se siente siendo familiar de un enfermo y sobre todo, recibir el trato, cuidados y errores de otros médicos. Un buen médico es aquél que siente el dolor y sufrimiento ajeno como propio. El que toca y llama a un paciente por su nombre. El que atiende con paciencia las dudas y los miedos que se le puedan plantear y sobre todo, el que escucha y comprende las demandas de los pacientes cuando surgen complicaciones o los resultados no son los esperados.
En este sentido, la crisis económica que estamos padeciendo ha hecho mucho daño. Algunos profesionales se sienten desmotivados al ser obligados a convertirse casi en gerentes en lugar de médicos. Cada receta se mira con lupa, la calidad de los implantes a poner ha disminuido de forma drástica y el trato y la atención al paciente se ha visto resentida. Todo ello amparado por una administración autonómica que presiona a los profesionales en los círculos internos, incentivando y premiando a aquellos médicos que sean cicateros con la receta pero que pone una cara completamente distinta cuando habla para la opinión pública. En mi humilde opinión no es la medicina para lo que yo estudié 6 años en la Facultad de Granada y luego mis 5 años de especialidad donde aprendí el oficio de ser Traumatólogo. Soy médico para curar no para que me digan qué y cómo debo recetar lo que otros han decidido por mi. Eso no debería pasar.
Espero que vuelva a tardar un tiempo en estar sentado en este lado de la medicina. Tengo la gran suerte de ser médico. Intentaré que eso se refleje en el tipo de medicina que practico cada día. Lospacientes son los que nos hacen mejores a los médicos.
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