11 de julio 2024 - 03:09

Por tu formación, te suelen llamar la atención las crónicas en que aparecen condenas por conductas que podrían considerarse menores, no porque no tengan importancia, que la tienen y mucho para el que las sufre, sino por la naturaleza de los hechos objeto de sanción. Así, has visto un titular de una sentencia de medio año de cárcel por robar 17 gorras de un estanco, y otro de dos años por repostar gastando más de mil euros con tarjetas de pago sustraídas a camioneros.

Eres de las que piensas que la libertad de uno acaba cuando empieza la de los demás, y que la única forma de vivir en sociedad es trabajando el respeto, lo que debería aprenderse en casa y complementarse en la escuela. Insistir en algunos de aquellos mandamientos que aprendiste en tus primeros años, en los que los principios que regían nuestros actos estaban claramente establecidos, más allá de que no comulgáramos con todos, podría ayudar en este afán de la convivencia: no matarás, no robarás, no mentirás o no codiciarás los bienes ajenos valen para cualquier época y momento histórico, y su origen no está únicamente en el catecismo que nos inculcaron a algunos de nosotros, sino en la base misma de las relaciones entre iguales.

Pero volviendo a lo que se publica como noticia, no deja de sorprenderte la relevancia del castigo en relación con la actuación de los condenados, más que nada porque los importes de los que se habla están muy alejados de otros, con muchos ceros detrás, que nos afectan a todos, que no hay que olvidar que el dinero público no es de quien lo gestiona, sino de los que lo aportamos para financiar el estado de cada vez menos bienestar en el que vivimos. Y no es que tú quieras que por el hecho de ser gestores públicos, a quienes utilizan de manera fraudulenta los caudales de las haciendas de las distintas administraciones, y sobre todo, a los que se los quedan para si o para los suyos, se les castigue más o con mayor intensidad, sino que afronten las consecuencias de sus actos, y devuelvan lo que se han llevado o han malgastado, que nos vendría estupendo para financiar servicios esenciales como la sanidad o la educación. No es por el sentido de justicia de dar a cada uno lo que le corresponde, sino porque crees que lo que de verdad importa es la ética y la honradez de quienes nos gobiernan, que no recuerdan que los hemos elegido, y a veces olvidamos que podemos cambiarlos.

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