En tránsito
Eduardo Jordá
Resurrección
Comunicación (Im)pertinente
Gumersindo Hervás y Abarca fue un erudito y políglota granadino de la segunda mitad del siglo XIX. Hombre singularmente culto, admiró de manera ferviente a su paisano Luis Cañuelo, El Censor, el modelo que inspiró sus contribuciones periódicas en El Loro gaditano. Dominador ágil del lenguaje, don Gumersindo fue persona mordaz, de lo que hizo gala en unos trabajos periodísticos que no vacilaron en satirizar la realidad española que le tocó vivir o, por momentos, en parodiarla con total acritud. Sin duda, la ocurrencia más sonora de Hervás y Abarca fue su propuesta para la reforma de los uniformes de los jueces y magistrados. Con gran aplomo propuso la sustitución de las togas al uso por casacas y levitas vistosas, en las que se coserían los escudos heráldicos de los nobles a cuyo servicio se impartía la justicia. Dicho en otras palabras, los convertía en mozos de librea a los ojos de los ciudadanos, con lo que pretendía subrayar su desconfianza radical en la justicia, servil, secuestrada, nepótica y endogámica. Los uniformes se pasarían de generación en generación, como los cargos en la judicatura.
Por descontado, el texto causó un notable estruendo, tanto a favor como en contra. Unos invocaron el espíritu de Torquemada para reducir a cenizas a aquel provocador irrespetuoso. Pero a otros les pareció una ocurrencia divertida que, además, resultaba valiente porque trasladaba un estado de ánimo considerablemente extendido. El asunto no quedó en una mera división de opiniones entre partidarios y detractores. Se abrió una causa contra don Gumersindo en la que confluyeron varios asuntos. La mofa al aparato jurídico podía haber sido la gota que colmara el vaso de agua. Solo que también tenía cuentas pendientes con el clero, los militares, los recaudadores de impuestos, los alcaldes y, por supuesto, con la monarquía como institución, y con los Borbones como manifestación de ella. Sencillamente, a don Gumersindo no le gustaba el país en el que vivía. La sombra penal no lo arredró. En el siguiente número presentó una corrección indumentaria para jueces y magistrados, a la vista de que su primera propuesta no había satisfecho a los protagonistas. En esta nueva versión, deberían gastar patillas pobladas, chaleco, botas de campo y sombrero montero, además de asistir al juzgado a caballo y provistos de un trabuco. Esta vez tampoco dejó nada a la imaginación: los había convertido en bandoleros de Sierra Morena. Fue el último artículo de don Gumersindo Hervás y Abarca, del que a partir de ese momento se perdió por completo el rastro. Lo mismo es que resucitó Torquemada. Aunque yo me preguntó que escribiría hoy si resucitara él, en medio de todo este monumental lío judicial entre el que vivimos, en el que los ciudadanos ya hemos perdido el norte y, reconozcámoslo, hacemos cualquier cosa menos confiar en la justicia.
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