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Un nicho sin lápida es sinónimo de abandono. Un nicho sin lápida es la tristeza elevada al grado de crueldad. Un nicho sin lápida es síntoma de la sociedad decadente en la que vivimos, en la que cualquier valor se olvidó y en el que sólo el yo y el dinero son capaces de mover la voluntad de los humanos.
Julio Visconti, el acuarelista universal, siempre a caballo entre Almería y Granada, con parada en Fiñana, moría hace tres años, ya nonagerario, sin descendencia, y con una familia atenta a todo cuanto dejó en vida. Un patrimonio interesante, con una generosa donación al Ayuntamiento de Guadix y con una huella indeleble entre los aficionados a la acuarela, los amantes de la pintura y la buena gente en general. Solidario, siempre atento y proyectando la mejor de las imágenes de su tierra, descansa ahora en el cementerio de Almería, en la calle 59, en un nicho ignorado, con una pequeña placa que los servicios funerarios dejaron el día de su entierro para tener localizados sus restos.
El tiempo ha pasado. La familia se olvidó, aunque de la herencia estoy convencido de que no; el Ayuntamiento de Guadix también, siempre atento cuando donaba cuadros, palacetes y tierras y el de la capital, ni les cuento. Atrás quedaron las exposiciones, las donaciones, los regalos de cuadros desinteresados y la presencia del maestro en eventos para promocionar las bondades de la tierra.
La ingratitud y el silencio se ha adueñado de su tumba como aquellos que tanto lo aplaudían y lo jaleaban en vida ahora no han sido capaces de invertir una suma mínima, pequeña, casi ridícula, -no más de dos mil euros-, en una lápida digna y decente que recuerde al gran acuarelista. Con algo de criterio, un poco de solidaridad, una pizca de humanidad y hasta un sentimiento comercial, podrían hacer de su recuerdo un lugar de visita y culto y hasta avanzar por el camino del mercantilismo turístico.
Lo fácil es lo que acontence. Dejarte llevar por la vida, despreocupado y desapercibido. El tacticismo elevado al grado de lo superfluo. Dejar correr el agua hasta que fluya al río sin más pasión que lo cotidiano, sin más proyecto que el concepto básico y sin orgullo. Encefalograma plano de vivencias y legado a la espera de que otros sean capaces de alterar los bioritmos de la cultura, el amor propio por el trabajo y la sensibilidad con la historia a la que un día debes rendir cuentas.
Aquí, y en el caso que nos ocupa, no cabe esperar nada de quienes tienen la resposabilidad. Pero no pierdo la esperanza. Alguien, desconozco quien, tendrá la idea y el decoro necesario de romper con la monotonía de lo establecido, despertará a tiempo y será capaz de dignificar la figura de un hombre como Visconti, que lo dio todo por su ciudad, situando a esta tierra en la cúspide de la pintura de los más grandes de la acuerela. Almería tiene un deuda con él y debe pagarla.
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