Vía Augusta
Alberto Grimaldi
El bien común
Sir Gardiner resume el valor humano y artístico de J.S. Bach (1685-1750) de forma magistral cuando nos dice en su espléndida biografía del músico alemán que “su destreza, su talento imaginativo, y su empatía humana estuvieron en perfecto equilibrio. El resto era cosa de Dios”. Esto es así, dice Gardiner, porque su música “queda fuera del alcance de cualquier otro compositor”, seguramente porque Bach “vio la esencia y la práctica de la música como algo religioso, y comprendió que cuanto mayor era la perfección con que se plasmaba una composición, tanto conceptualmente como por medio de la interpretación, más se encuentra Dios inmanente en su música”. La magnitud de Bach se agranda, si cabe aún más, si se considera, como señaló su primer biógrafo, Johann Forkel, que fue un “autodidacta” de natural humilde: “me vi obligado a ser diligente; quienquiera que sea igual de diligente conseguirá los mismos resultados”. No puede haber mensaje más motivador para cualquier joven estudiante de música, o para cualquier persona en general.
Johann Sebastian Bach nació en una época presidida, en lo musical, por Buxtehude,cabeza de una generación de compositores luteranos en los que la música religiosa católica, y especialmente Monteverdi y Grandi, había causado honda impresión. El luteranismo experimentaba un nuevo renacimiento cuando Bach vio la luz en Eisenach, una ciudad entonces de 6.000 habitantes situada a setenta kilómetros del lugar de nacimiento de su contemporáneo Händel (1685-1759), y cuando progresaba simultáneamente la filosofía y la ciencia moderna, con Voltaire, Descartes, Galileo, Newton, Leibniz y sus (inevitables) postulados en torno a la compatibilidad entre las leyes de la naturaleza y la noción de Dios, pero entendido como el cartesiano epítome de la perfección o como el newtoniano creador originario de toda la existencia. En ese contexto, la música está al servicio de Dios; es, como dejó escrito el propio Lutero, una dama que “procura a Dios deleite más profundo que todos los placeres de este mundo”. De ahí la tradición alemana del canto -la práctica del canto coral luterana- a la que incluso se llegó a atribuir, como nos recuerda Gardiner, propiedades digestivas, de donde surgió la costumbre germánica de, digamos, sustituir la siesta por una buena sesión de ensayo coral.
También te puede interesar
Lo último