A Vuelapluma
Ignacio Flores
No son las emociones, son las deudas
Creo que fue Sócrates quien advertía que no hay viento favorable para quien no conoce su rumbo, un axioma que hoy recuerdo al observar, con tristeza, la deriva reaccionaria de las políticas que patrocinan las llamadas izquierdas en este confuso país. Suponiendo que aun tenga sentido hablar de Izquierda y Derecha, y sobre qué significan hoy una cosa y la otra. En el pasado siglo los jóvenes teníamos ideales límpidos por los que movilizarnos: sanidad, educación o el sufragio universal, feminismo, justicia social, derechos laborales, pensiones, etc., que eran valores comunes que compartir por y para todos, y que se fueron logrando al menos en lo básico. Pero el mundo es hoy más complejo y los retos doctrinales más difusos, más inciertos, y exigen renovar análisis científicos (ojo, porque eso es lo que caracterizó a la izquierda), sobre la postmodernidad tecnológica y megacapitalista, un reto ante el que la precaria izquierda al uso carece de ideología y de ideólogos significantes. Y claro, no solo no lo afronta, sino que atropella sus principios basilares, con unas estrategias retrógradas que profanan aquellas virtudes de igualdad, solidaridad o proscripción de privilegios, por los que tanto luchó, para vivir cautiva de unos partidos patéticos con una burocracia ajada y sin más ideal que procurarle carguito a sus conmilitones. Y quien sepa algo del porqué y para qué nació la izquierda se le recuece el alma, y se le turba la razón, viendo a este Psoe aplicando la ley según convenga y quién seas, concertando regalías con las plutocracias indepes, mercadeando amnistías por votos, o aniquilando libertades lingüísticas maternas, como hace ahora Illa, para que los supremacistas, ellos sí, se sientan cómodos. Una renuncia de ideales y rendición de valores, ya normalizada, que hacen temer, con razón, a los pocos intelectuales socialistas que aún quedan, sobre el desastre de futuras elecciones para ese proyecto traicionado y diluido entre una avalancha de localismos tribales, de carácter étnico o folklórico, en todo caso inconciliables con aquella moral socialista que repudiaba los privilegios ingénitos al egoísmo territorial y a los singularismos que incrementen diferencias entre unos ciudadanos y otros. Una traición doctrinal que, en un marco político cada vez más cosmopolita resulta además de injustificable, suicida. A pesar de que en la cháchara propagandística, lo sigan llamando progreso (¿?).
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