Luces y Razones
Antonio Montero Alcaide
Navidad
El tema de las inundaciones y las desgracias que llevan aparejadas no ha sido un tema frecuente en la historia del arte. En el romanticismo se representaron con cierta frecuencia los naufragios y tragedias en el mar; es célebre en este sentido el cuadrito sobre hojalata de Goya de 1793 y la balsa de la Medusa de Gericault, pero las inundaciones sobre tierra firme –como resultado de copiosas lluvias- aparecerán como tema seriado, por primera vez, en el Impresionismo francés. En 1872 y 1876, Alfred Sisley captó las inundaciones acaecidas en Port-Marly en estos dos años en una docena de obras de ejecución rápida. En ellas, su interés es puramente estético, capta los efectos de la luz y el color y se olvida del impacto desastroso sobre los moradores del lugar. Será Muñoz Degrain, el gran pintor valenciano, quien represente la tragedia de las riadas en el levante español. En 1879, tras intensas lluvias, se desbordó el río Segura en Murcia; las víctimas sobrepasaron el millar. Varios años después, aún impactado por el suceso, Muñoz Degrain lo representó en un célebre cuadro que pertenece a la colección del Museo del Prado. En él aparecen los aterrados moradores de una casa de la huerta murciana subidos ya en el tejado. La altura de la vivienda está prácticamente cubierta por la inundación. Un hombre desnudo, visto de espaldas, va a tirarse al agua, con intención de salvar a una madre arrastrada por la corriente que lleva en brazos a su bebé y lo levanta angustiada para evitar que se ahogue. La imagen, ciertamente dramática, será superada por el mismo Muñoz Degrain en otra obra de gran tamaño de 1912. En ella, aísla el episodio de la madre ahogándose, arrastrada por la corriente y levantando los brazos con su bebé en un intento desesperado de que la criatura no perezca. La escena transcurre ahora en Valencia, y la casa prácticamente cubierta por la inundación es una barraca. A la derecha una noria y un huerto de naranjos correrán la misma suerte, a punto de ser cubiertos por las fangosas aguas anaranjadas. El pintor lo tituló Amor de madre y acertó a representar magistralmente la sensación de fatalidad y angustia por la simplicidad de la composición en vertical, reducida a muy pocos elementos, y el tratamiento casi expresionista del agua y de las figuras humanas. En esto Muñoz Degrain ha de encuadrase en la veta goyesca del drama de los seres ante el espectáculo pavoroso de una naturaleza inmensa y amenazante. Es la genuina veta del paisaje sublime en el arte español.
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