Luces y Razones
Antonio Montero Alcaide
Navidad
Desde ayer tarde apenas ha parado de llover. Toda la noche de un agua intensísima, una manta opaca y abundante, a cántaros en el decir de los antiguos. El Río Almanzora se ha desbordado, aquí en Olula, a su paso por la Noria. El agua salta justo ahora por encima de los muros de algo más de tres metros de alto que contienen su cauce. La nave polivalente del ayuntamiento, donde la OCAL tocó hace un mes, está inundada ahora. Hace poco más de medio siglo de la célebre inundación del 73, acaecida también un mes de octubre, que causó varios muertos y destruyó poblaciones como Albox o Zurgena. Entonces tenía yo dos años recién cumplidos, vivía en Albox con mis abuelos maternos, y varias imágenes que aún recuerdo quedaron grabadas a fuego en mi mente. Llovió entonces casi tres días seguidos, a lo grande, y de resultas la rambla atravesó el pueblo con una ferocidad desconocida, destructiva y pavorosa. Como testimonio las imágenes grabadas por Miras Carrasco. Nosotros vivíamos en el barrio de la Loma, en alto, en la calle Concepción, entre la plaza de la iglesia y la de los Dolores. Ello, qué duda cabe, nos protegió. Recuerdo a mis abuelos y a mis titas, no obstante, abriendo los sumideros de los patios y colocando tablas con plásticos en los bajos de las puertas exteriores de la casa, para que el río de agua que discurría calle abajo no entrara a la vivienda. Recuerdo los días grises y el agua cayendo abundantemente. A mi familia hablar de cómo el agua había entrado en la casa y librería-papelería del tito Juan, arruinándole el negocio. Y pasado el aguacero, recuerdo los paseos con mi abuelo Pepe por las calles de La Loma cogido de su mano. Recuerdo los caballones de barro, a borbotones, por todas las esquinas y en medio de la calle, una imagen inolvidable por sucia y desolada. Recuerdo caminar con él por las inmediaciones de la iglesia parroquial y contemplar esas estampas del suelo surcado por el barro y las ruedas de los vehículos. Recuerdo también lo que sucedió un año después. Unas enormes palas o retroexcavadoras demoliendo la histórica iglesia del siglo XIX. Decían que las lluvias le habían afectado, pero aquello no se caía; la maquinaria tuvo que empeñarse para tirar aquellos poderosos muros de tapial, altos y gruesos. Nadie en el barrio entendió aquel capricho destructor. Con frecuencia, durante décadas, he oído a mis paisanos lamentarse y criticar la decisión de las autoridades y clero competentes por aquella aberración. Y aún hoy siguen sin entenderlo, medio siglo después.
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