Opinión
Reinauguración del sagrado corazón de jesús
La Feria de Almería es la fiesta por antonomasia de la capital. Cualquier evento que se lleva a cabo a lo largo del año, y son muchos, no tiene ni la trascendencia ni la repercusión que las celebraciones en torno a la Virgen del Mar suponen cada mes de agosto en la capital. Mientras que las de nuestro entorno, -Granada, Málaga, Jerez, Córdoba, por enumerar algunas- mantienen el vigor y la fuerza de antaño, la de Almería languidece año tras año sin que se cercene de raíz la sangría permanente de casetas y la repetición de actividades, otrora llamativas y hoy obsoletas y casi fuera de lugar. He de reconocer los intentos del Ayuntamiento, edición tras edición, en prometer y acometer un profundo lavado de cara, en un intento de recuperar un pasado que se resiste a volver para engrandecer un presente, y un futuro que está por venir. Cuando faltan tres meses para que se encienda el alumbrado, la concejalía de Cultura se descuelga anunciando una notable bajada de las tasas para la instalación de casetas familiares, hace unos años el centro de la fiesta y hoy el quebradero de cabeza de una concejalía que trata de recuperar la prestancia, el empaque y el arraigo de las noche de Feria. Un arraigo que fue, que iluminó las veladas de agosto durante decenios y que hoy languidece entre la apatía de los vecinos por acudir al recinto y la falta de propuestas municipales que los animen a acercarse a la Vega de Acá a disfrutar de las tertulias, los mojitos, las raciones y el rebujito, aliñado de pinchos y hamburguesas en la calle del infierno, con la estridencia de los cacharricos y el sonido más actual de las discotecas improvisadas para jóvenes.
Pretendo ser positivo con el planteamiento de Diego Cruz. Creo que no se puede apostar por la gratuidad, porque siempre es malentendida por los amigos de lo fácil. Sin embargo, no creo que la solución pase por hacer una rebaja y a esperar a que las asociaciones o los interesados presenten sus propuestas. El camino, pienso, es más largo, imbricado y complejo de lo que apunta la rebaja. El camino pasa por reuniones de los interesados, por un plan a largo plazo en el que se decida qué pretendemos y qué Feria queremos. A partir de ahí se puede abrir alguna vía de esperanza para una noche que agoniza, como el mediodía, entre el bostezo, la borrachera y la vejez prematura. No me arrogo solución alguna. Líbreme Dios. Al contrario, apunto alternativas que nos ayuden a todos a recuperar la esencia de lo que la Feria de Almería fue y que por razones múltiples, desconozco cuáles de ellas han influido más, tiende al silencio, al fin de una era, de un ciclo, envuelta en el miedo al fracaso y en la apatía y escaso atractivo de una oferta algo trasnochada, con un punto de nostalgia, pero en el que la caspa supera a la modernidad, por muchos enteros.
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