Vía Augusta
Alberto Grimaldi
El bien común
Las inocentadas no solo han dejado de ser bromas hechas con la tergiversación de las informaciones en la prensa, para que parezcan reales, o chanzas de otra naturaleza aprovechando descuidos o despistes de los desprevenidos, sino que han invertido su naturaleza. Esto es, las inocentadas, sobre todo en el caso de las informaciones periodísticas o de los noticiarios, no alteran el contenido de lo difundido y le dan apariencia de realidad, sino que son reales, aunque parezca que no pueden en modo alguno serlo y, por tanto, conturbe o desconcierte tan turbadora evidencia. Inocentes son, por otra parte, los libres de culpa, pero tal estado, relacionado con la comisión de los delitos y con las penas para su reparación, se altera asimismo cuando la inocencia no deviene de las pruebas manifiestas que eximen de culpa, sino de discrecionales resoluciones de quienes tienen potestad y la emplean con inconveniente o inoportuno albedrío. La inocencia, además, es un estado del alma, sin que esta sea solo, desde perspectivas religiosas, una sustancia espiritual e inmortal de los seres humanos, sino un más laico principio que conforma el dinamismo de las funciones vitales, sensitivas e intelectuales de la propia vida. El estado del alma limpia de culpa es el propio, entonces, de la inocencia, mas tales culpas son de otra naturaleza y la inocencia conlleva un escrupuloso desenvolvimiento moral, no pocas veces lejano a la mayoría de los mortales. Cosa distinta, si bien no distante, al candor, la credulidad, la ingenuidad, la candidez y otros sinónimos de la inocencia, muchas veces utilizados de manera peyorativa.
Mañana sábado, 28 de diciembre, se celebra -de ahí las inocentadas- el día de los Santos Inocentes, para conmemorar la matanza de niños menores de dos años nacidos en Belén de Judea, por orden de Herodes I el Grande, a fin de deshacerse del recién nacido Jesús de Nazaret, al que adoraron los magos y se marcharon, burlando a Herodes. En este caso, sí que estaban los niños libres de culpa y, por eso, fueron inocentes genuinos y los cristianos los consideraron como sus primeros mártires, aunque los recién nacidos no pudieran tener conciencia de ello.
Así las cosas, las inocentadas se hacen disparatada realidad cuando se toman decisiones que resultan inadmisibles. Y quienes las adoptan no solo tienen por cándidos inocentes a cuantos no lo son de este modo, sino que convierten en inocentes a los sobrados de culpa.
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