El Medio y el Ambiente
Ignacio Flores
Sin química es imposible el progreso
Me llamó la atención que el nuevo libro del escritor Amos Milton, autor de obras magníficas de narrativa histórica como “El Abogado de Indias” o “Mar de tierra” cambie de tercio y aborde la “Meditación deportiva”, en un breve ensayo, resuelto y jovial, que nos alerta sobre la bondad del autocontrol respiratorio como mecanismo -quizá todo un arte-, para ganar salud, calidad de vida personal y reducir el estrés, a partir de una realidad científica acreditada: que no respiramos bien. Un discurso que articula desde su experiencia y vivencia personal en la India o Nepal, inmerso en esa técnica milenaria que opera sobre la forma de respirar que en sanscrito se denomina “pranayama”, prestigiada por las religiones orientales junto a la meditación o el yoga, no desconocida por la cultura monástica y que la sociedad laica etiqueta como “mindfulnes”. Práctica que hoy es objeto de viva investigación para revelar cómo un acto fisiológico de suyo reflejo como es respirar, cuando se controla y disciplina al servicio de ciertas habilidades llega a modificar la estructura del cerebro. Toda una evidencia científica que da pie a que la neurociencia siga indagando por qué y hasta donde, puede reducir el nivel de cortisol o la hipertensión, como parece que logra, o por qué vivifica el nivel cognitivo y la agudeza reflexiva o lentifica la degeneración neuronal propia de la edad. Y que aún le quede camino para concretar en qué contextos o en qué grado y frecuencia mínima, se incrementa o baja la eficacia de este proceso de purificación a caballo, como dice N. Castellanos, entre lo espiritual y lo científico, sobre el que, en eso coinciden todos, somos muy torpes a pesar de que respiremos 900 veces a la hora o 7 millones de veces al año. Y nada que no aprendemos y seguimos bebiendo los vientos por unas cosas y otras, ajenos, torpes, desatentos a su rotundo impacto tanto en la dinámica neuronal como en la conducta humana cuando el suspirar se desmadra y se apodera o entremezcla con las emociones al punto que a menudo el éxito en ejecutar una tarea depende de cómo respiremos, -lo llaman inteligencia emocional-, y si la inspiración es larga o corta o agitada. El mérito de Amos, es que incorpora, además de verificables reseñas teóricas, una guía práctica que invita a iniciarse en ese ingenioso arte que, resulta obvio, nos puede alegrar la vida. Y ayudarnos a conllevar con entereza tanta necedad como nos acosa.
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