Antonio Lao
2025: Buenos deseos y espero que realidades
Aunque no sea una de las más frecuentes, y olvidadas, intenciones del año nuevo, no darle muchos pellizcos o no desobedecer el Diccionario puede ser una de ellas. El término “influencer”, de momento, solo figura en el “Observatorio de palabras”, donde están las que no aparecen en el Diccionario académico, pero han generado dudas; sin que, por estar en ese observatorio, la Real Academia Española acepte su uso. Razón por la que se ha dicho “influidora”, siguiendo las recomendaciones, aunque también valdría “influyente” o “influenciadora”. Cumplido el propósito -este sí resulta más o menos alcanzable-, la cuestión es que a una destacada, y todavía más acaudalada, influidora, además de coleccionista de arte, le han robado unos doce millones de euros -diciéndolo despacio, aún parece más mayúscula la cantidad, como con el repetido “gordo” de la lotería de este año- en su también enorme mansión londinense. Y no es la primera vez, sino que en el año 2019 otro ladrón se hizo, todavía más, con cerca de treinta millones de euros asimismo en joyas y otros objetos. Tan singular robo tiene, además de la posible ganancia para el astuto caco, algunas lecciones generales. Una son los beneficios que pueden obtenerse por influir en las conductas y los comportamientos personales a través de las redes sociales; y esto dice tanto de los particulares influenciadores como de los sumisamente influidos, con el trasfondo de la distorsión que acarrea la relevancia de lo que atrae y la incapacidad de reducir tal atracción con el juicio y el criterio propios, pues la falta de estos facilita la prevalencia de atractivos que se imponen y extienden. Segunda lección, los efectos del exhibicionismo, ya que la influidora robada no se contenía en hacer pública su lujosa vida y el desmedido consumo con que la satisfacía -paseos en barco, jet privado, comidas exquisitas, destinos paradisiacos, adorno de diamantes-, además de no esconder, aunque parecían haberse atenuado, detalles cotidianos de las jornadas diarias; de suerte que, con tal demostración, no solo se extrema la envidia ¿sana?, sino que un ladrón aplicado puede idear su latrocinio. Y esta es la tercera lección: el robo se ha hecho en menos de veinte minutos, con esa fabulosa y muy reconocible provisión, por lo que cabe pensar además en colaboraciones para hacerla beneficio. En fin, influidora robada, y dicho es que en el pecado se lleva la penitencia.
También te puede interesar