Opinión
Las uvas de Isabel y Pedro
Hubo un tiempo en el que yo vivía frente a un colegio, a finales de los años setenta del siglo pasado. Aquel colegio no tenía ni un solo árbol donde refugiarse cuando apretaba el calor, ni un porche para escabullirse de la lluvia, pero a la hora del recreo los niños jugaban a las canicas con bolas de barro fabricadas por ellos mismo o golpeaban la pelota contra una portería imaginaria mientras las niñas marcaban con tiza el suelo del patio para saltar a la rayuela.
Cada día, puntual, sonaba el timbre de entrada y salida de niños y maestros. A los cinco minutos el colegio estaba cercado por un silencio, pero la materia prima de las calles de alrededor no era el asfalto sino una bandada de niños y niñas que brotaban de él liberando energía tan limpia, tan tierna cuya mera observación irradiaba plenitud.
Hoy, casi cincuenta años después, la educación pública hoy es un confuso sistema empobrecido a causa de la financiación masiva con fondos públicos a la enseñanza privada y concertada que, poco a poco, los sucesivos gobiernos de la Junta de Andalucía han ido implementando de forma insoportable pero nunca de forma tan brutal como el actual gobierno andaluz.
La Junta no necesitan la motosierra de Milei para incrementar un 22% los conciertos educativos a los centros privados y religiosos. Ni le duelen prendas para impulsar la educación concertada casi un 23% y detraer más de mil millones de euros a la educación pública y gratuita, mermando plazas escolares, puestos de profesores, generando masificación de las aulas, ahogando con recortes a las universidades públicas andaluzas para favorecer la creación de nuevas privadas mientras renuncia a 119 millones de fondos europeos para que cerca de 2.000 familias almerienses, por ejemplo, tengan una plaza pública gratuita en educación infantil.
No llega la Junta de Andalucía a la indecencia del presidente argentino Milei pero sí roza una peculiar forma de trapacería cuando dice no tener dinero para educación pública gratuita pero sí para proteger la red de escuelas privadas, favorecer en 73 millones de euros los beneficios de los centros concertados privados almerienses o permitir la millonaria recaudación del pago de cuotas a los escolares de la concertada. ¿Cómo se llaman a los trapaceros?
La educación es la sala de máquinas de Andalucía, es la vida, es la sustancia que nos alimenta. Pero la educación pública es su motor de arranque, lo más sagrado con lo que nos adornamos. Cuando se apaga el motor -por indiferencia, por atraso general o por estulticia de quien gobierna- se apaga el futuro. Es como esperar mejoras de la calidad educativa votando a los partidos interesados en privatizarla.
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