
Una raya en el mar
Ignacio Ortega
Ser gitano en Almería
En otras ocasiones hemos disertado aquí sobre la sobreabundancia del autodenominado arte conceptual en la escena oficialista de la cultura de hoy, incidiendo en su falsedad, oportunismo y vasallaje al discurso político dominante. Casi todo el “arte” que se compra, premia y prebenda desde las instituciones y museos públicos de arte contemporáneo puede calificarse dentro de esta tipología. Por lo general, hunde sus raíces en la formación reglada de las Escuelas de Bellas Artes, donde hace tiempo que los procesos tradicionales de la pintura o la escultura pasaron a mejor vida; allí se prepara a los nuevos cachorros en los discursos activistas en vez de enseñarles a dibujar o apreciar la belleza de las formas. Lo “conceptual” echa mano del fotomontaje, la instalación, el vídeo y la performance; por separado o mezclados, para montar un pretendido “discurso”, una narrativa específica en exposiciones temáticas que suele entroncar directamente con los discursos políticos dominantes, perversamente autocalificados de “progresistas”. Para lavar su imagen, el sistema capitalista necesita prebendar a estos artistas y lo hace incluso con aquellos que lo critican. El resultado es una institucionalización y domesticación perversa del arte más pretendidamente crítico o transgresor, evidenciando así su impostura y contradicciones. Por lo general, lo “conceptual” se vale de imágenes de escasa o nula calidad estética, por lo general mal resueltas, y de su visión no se desprende el discurso que quieren comunicar. En estas exposiciones, si se suprimen los textos de pared, el visitante no percibe el mensaje o narración que se pretende. Es, por tanto, pésimo como arte visual, desde un punto de vista estrictamente estético, y la filiación con el contenido teórico tampoco funciona. Por otro lado, los discursos, vistos por separado, suelen tener una débil argumentación y una notable flatulencia intelectual. Parten de premisas discutibles, más de carácter ideológico que científico. Son breves y débiles, plagados de frases hechas y adjetivaciones efectistas, y pretenden, en cambio, dar una impresión de solvencia y penetración intelectuales. Los autoproclamados artistas que paren estas tontunas vienen de la vagancia y lo fácil. Se han adaptado a una forma de vida que precisa la permanente subvención pública. Muchos de ellos son de familias adineradas y conservadoras, acostumbrados a no dar golpe y tener la vida resuelta. Son en muchos casos pijos mutados a progres oportunistas.
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