Imperialismo y practicidad

Sin necesidad de cien días -el plazo de confianza dado cada vez que se inicia la gestión de un nuevo gobernante-, la presidencia norteamericana de Donal Trump está desbaratando el rompecabezas del concierto internacional. O de lo que, al menos, pudiera parecerse o aproximarse a ello, pues el concierto entre las naciones depende de las cambiantes coyunturas del interés. Sin pretensiones filosóficas, ya que en la llamada gobernanza resulta difícil encontrar disquisiciones profundas, viene al caso la ética de la practicidad. Es decir, normas morales que rigen la conducta y tienen, como criterio principal, la obtención de resultados útiles o provechosos. De resultas, y llevada al extremo tal ética, predomina, en el ejercicio del gobierno o del poder, la resolución de problemas o conflictos sin reparar en el modo de lograrla. Expresado de manera más sencilla, poco importa el color del gato y bastante su pericia felina para cazar ratones. Todavía más si, de no ser con esa practicidad, pocas posibilidades hay de remediar lo que no encuentra en modo alguno solución o, todavía peor, no cabe esperar sino que se complique y agrave. El posibilismo está cerca de esa ética de los resultados, puesto que procura beneficios, en unos casos, o aleja males mayores, en otros. Únase, a esta gobernanza atropellada por el furor resolutivo, una deriva imperialista por la que, en cuestiones que nos afectan, el equilibrio mundial, tan inestable, resulta alterado por el desplazamiento de los países que no cuenten con posiciones hegemónicas de distinta naturaleza. De modo que Europa -y no solo por la actual irrupción del “trumpismo” desaforado- está aminorando como entidad política influyente en el concierto mundial. Las reacciones, advertido este desplazamiento, ni siquiera alcanzan el carácter de los golpes de efecto, y el nuevo “escenario” -metáfora tan utilizada como no del todo oportuna- ha llevado a convocatorias fotográficas por iniciativa de uno de los prebostes europeos con ciertas ínfulas. Dígase, sin embargo, que el nuevo orden mundial acaso ofrezca una coyuntura, posibilismo mediante, de dar con los Estados Unidos de Europa. Casi ilusa premonición, pero más valdría no que lo fuera, ya que, reunidos el imperialismo expansivo, la ética de la practicidad y la coyuntura posibilista, el estrenado orden mundial, además de no ser un estado de las cosas lejano y ajeno, conllevará una sobrevenida perturbación del cotidiano orden de los días.

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