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Dando con sus restos en la tumba rodeado de naranjos, el monasterio de los jerónimos de Granada, tantos años, tantas veces habré pasado por su calle, cuántas miles de miles, hacia abajo, hacia arriba y nunca, nunca reparé en que allí estaba enterrado el grande, el Gran Capitán, glorioso jefe de los ejércitos de su majestad, repudiado por la historia, cuestionado por el rey, en una calle donde todo el mundo pasa sin pensar nunca, yo mismo que allí estaban los supuestos restos del héroe de todas las conquistas, llamando Gran Capitán por sus soldados. La misma historia que renegará de sus hazañas pensando que todo sin él y muchos más sería mejor, dejar las cosas como estaban, no guerrear siempre, sobre los que también conquistaron, llegaron y guerrearon para que la historia les diese también la razón, para que quisieran que también sus dominios permanecieran durante siglos, arrebatados territorios a otros, hasta que otros distintos se los arrebataran a ellos. En la manipulación de la historia hecha por vencedores, luego por vencidos y por fin por vencedores otra vez pasaríamos de héroe a villano por épocas, los rudos soldados que ahora, en madera y mármol, custodian sus blasones, apilando piedras y maderas en un abigarrado entorno solo para turistas. Los libros, engarzados en vitrinas esperan callados, dentro las glorias dejan espacio a miles de fotografías, el ilustre militar, cuyos restos están en una cripta, de la que dicen las noticias que no son sus restos, que no es su espada, queda sólo pues el espíritu, el alma, la leyenda, la gloria, la historia, encerrados en gruesos muros donde el olvido hace que no lleguen los falsarios demoledores de libros de historia polvorientos porque aquí, sin huesos reales, ni espada, pervive para siempre, en el aire, en los escudos y todos los estandartes imaginarios, que desfilaron en orden de batalla, siempre victoriosos, sin mácula de derrotas, elevado al altar, bajo él, ciertamente dice su diminuta lápida, los huesos de Gonzalo Fernández de Córdoba, que con su valor hizo propio el nombre de Gran Capitán, están confinados a esta sepultura, hasta que al fin sean restituidos a la luz perpetua. Su gloria no quedó sepultada con él. Ciertamente, su gloria está en la atmósfera de cada una de sus capillas, en el retablo, en el transepto y en la cúpula, en los arcos carpaneles. Y en la espada, que verdadera o no, encontré al fin.
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