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Eduardo Jordá
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Opinión
La biotecnología ofrece herramientas esenciales para seguir avanzando, mejorar la calidad de vida de las personas y asegurar un futuro más sostenible. Se ha publicado la utilidad de algunos hongos como estrellas de la economía sostenible. Su composición los ha lanzado para conseguir productos finales con un menor impacto ambiental para que contribuyan a la traída y llevada descarbonización. Los hongos abundan en la naturaleza. Formados comúnmente por un micelio (filamentos ramificados) que ha llamado la atención de empresas para obtener productos finales con menor impacto ambiental. Veamos unos ejemplos. En los Países Bajos se ha ideado la construcción de féretros y urnas funerarias hechos a base de micelios de hongos y fibras de cáñamo recicladas que en condiciones apropiadas se degradan en 45 días. Una multinacional española ha conseguido un material a base de micelio y restos vegetales con el que fabrica piezas para coches, desde un parasol a un techo para automóvil. La empresa KIA ha ensayado el uso de micelio que combina resistencia con tacto suave, como un sustituto del cuero en el modelo Concept EV3. La empresa Adidas llegó a un acuerdo con Bolt Threads para poner en el mercado unas zapatillas confeccionadas con Mylo, material creado a partir de un cultivo de un hongo que tarda menos de dos semanas en crecer en condiciones controladas. En España hay “startups” especializadas, que partiendo de los hongos comercializan bacon y pechugas de pollo que imitan a los procedentes de animales. A partir de un hongo del género Ganoderma se produce lo que se conoce con el nombre de “reishi”, cuya estructura, además de ser biodegradable, es flexible, tiene un tacto aterciopelado y absorbe aceites. Estas novedades aportan un cambio cultural poco o nada conocido en las sociedades actuales. Sin embargo, las actividades con los hongos para elaborar utensilios se conocen desde hace más de un siglo. En Rumania los artesanos buscan “hongos yesqueros” (Fomes fomentarius) y los arrancan cortándolos en finas tiras. Luego las martillean hasta transformarlas en cintas semejantes al fieltro, que sirven para confeccionar bolsos, sombreros y otros accesorios. En 1903 se publicó que unos artesanos de Alaska fabricaban bolsas utilizando para ello un hongo endémico de los bosques primarios de la costa de Canadá y del norte de los Estados Unidos. Una vez más la biotecnología, aprovechando conocimientos antiguos, empieza a producir lo que se ha denominado como “micotextiles”.
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