La Tapia con sifón
Antonio Zapata
Pimentón en Nochevieja
Comunicación (Im)pertinente
Estaba impresionado, dolorosamente impresionado, por la enésima irrupción de Esperanza Aguirre, como suele ser habitual en ella, cargada de ignorancia y falta de respeto. Cuando se burla de la forma de hablar de María Jesús Montero lo hace de todos nosotros, de los andaluces. Por supuesto, no es la primera vez que ello acontece. Felipe Alcaraz publicó en 1974 un contundente estudio que demostraba, con datos empíricos en la mano, que los jienenses estigmatizaban su propia manera de hablar, como sucedía en el resto del dominio andaluz. Tan infausta situación era consecuencia de la política lingüística del Franquismo, que también fue singularmente dura con la minorías lingüísticas del español. Lo dramático es que ese paradigma se mantenga vigente en personas de relieve social, cuyas intervenciones de inmediato son recogidas por los medios y propagadas con fuerza, como si el fascismo no se hubiera movido de sitio en España y solo hubiese cambiado de ropaje. Pero el estrellato semanal estaba reservado, sin duda, para Isabel Díaz Ayuso, con varias medidas tan llamativas como de costumbre, pero en especial con el anuncio de la creación en Madrid de un centro que acoja a hombres víctimas de violencia sexual. Además, al parecer, piensa ubicarlo junto a su homónimo femenino, para el que dedicará casi el triple de presupuesto, en lo que no deja de ser toda una declaración de intención. De inmediato se ha criticado agriamente la medida, interpretada como una forma de diluir la envergadura del drama social que comporta la violencia machista. Los argumentos han sido una ristra de tópicos políticamente correctos; esto es, lo previsible por habitual. Los datos, sin embargo, suelen aclarar de manera contundente las cosas. Resulta que en 2023 los hombres alcanzaron el 38’9% del maltrato español, siguiendo una tendencia progresiva desde 2019. No son cifras de Díaz Ayuso, sino del Instituto Nacional de Estadística, que pueden consultarse en Internet sin mayores problemas. Aunque la cifra sea cualquier cosa menos baladí, a diferencia de las mujeres maltratadas, estos hombres son desconocidos para los medios, no reciben atención por parte de los investigadores sociales, como tampoco parecen merecer reivindicaciones callejeras que los visibilicen y, por descontado, ningún político había hecho ni tan siquiera amago de abordar esa problemática. Hasta que llegó Díaz Ayuso y mostró el arrojo que no había tenido nadie más.
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