La Tapia con sifón
Antonio Zapata
Pimentón en Nochevieja
Arrancamos hoy con este título a modo de sutil homenaje al gran Rodríguez de la Fuente y su espectacular legado. Pero también me permito el plagio porque me parece el resumen perfecto de lo que quisiera abordar.
Desde nuestros orígenes, nuestra supervivencia ha dependido de lo que la naturaleza nos ha ido ofreciendo. Muy al comienzo de nuestra especie (y de otras paralelas), fuimos nómadas que migraban al compás de las estaciones, siempre a la búsqueda de los frutos que se nos brindaban en cada época del año. Pero, en determinado momento, ocurrió un cambio drástico. El ser humano aprendió a domesticar la tierra mediante la agricultura y se coronó especie dominante. Pero el control sobre los ciclos de crecimiento no sólo trajo abundancia de alimentos sino que también alteró profundamente nuestra psique. La agricultura permitió asentarnos, construir comunidades estables y acabar desarrollando civilizaciones. Pero, como siempre ocurre, toda victoria trae consigo una renuncia. En algún rincón de nuestra psique colectiva acabamos también perdiendo la conexión instintiva y cíclica con la naturaleza. Tal vez, por una parte, nos convertimos en los arquitectos de nuestro entorno, pero por otra, acabamos renunciando al equilibrio que habíamos conocido en nuestra era nómada. Hoy estamos más alejados que nunca de la tierra. Cemento y pantallas levantan una barrera que parece infranqueable entre nosotros y nuestros orígenes. La relación del ser humano con la naturaleza se ha enfriado hasta el punto de que solemos olvidar que bajo el asfalto aun hay vida.
Pero a pesar de la distancia que hemos interpuesto entre nosotros y el universo aún persiste ,en lo más profundo de nuestra mente, la necesidad de reconectar. En los últimos años la ciencia viene demostrando lo que nuestros ancestros ya conocían de forma instintiva: estar en contacto con la tierra es bueno para nuestro cuerpo y también para nuestra mente. Trabajar la tierra, plantar, sembrar o simplemente caminar descalzo sobre el suelo reduce el estrés, libera endorfinas y estimula nuestra creatividad. La naturaleza resincroniza nuestras mentes con ritmos más lentos pero más auténticos, reduciendo así la ansiedad que impone la vorágine del mundo “civilizado”.
En muchas ocasiones, cuidar un puñado de plantas o dar un simple paseo por el monte harán más por nuestra salud que una legión de terapeutas y un saco de pastillas.
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