Antonio Lao
El silencio de los pueblos
Allá por 1946 el profesor de Heidelberg, K. Jasper, abordó un tema tan delicado como el del alcance de la responsabilidad política de un pueblo, el suyo, por las infamias del nazismo. La obra, un clásico de sociología, reflexiona sobre si una sociedad es responsable por la política de su gobierno, y para ello advierte que antes de hablar de responsabilidad política hay que hacerlo de culpa moral. Porque para responder de algo debe mediar una conducta, activa o tolerante, que no sea inevitable. Se trata de conceptos difusos, claro, pero no imposibles de aplicar a las usanzas de un colectivo tan significante como para incidir en realidades políticas. Y aunque quepa atenuar esa culpa social por tener una educación, tanto en esa Alemania como en esta España, para ser apolíticos y sin sentirnos responsable de las trapacerías del gobernante de turno, la conclusión de Jasper es que ese talante cándido puede no ser inocente, porque un pueblo que tolera indolente la indignidad y la mentira entre sus políticos, ese pueblo, incurre en culpa y debe responder por ello. Retrata así una forma de tolerancia culposa que tiene cierta equivalencia con la figura del cooperador necesario en sede penal: alguien que no es el autor del delito, pero que éste solo se pudo cometer con su aval. Por eso cabe hablar, en clave política, de pasividad culposa cuando parte de un pueblo, ejemplo histórico es el vasco, se instala en la indolencia ante los crímenes de sus etarras. Se trata de un tipo de ceguera no dolosa, o sea no intencional, pero que coadyuva de alguna forma con un daño ilícito y la impunidad de sus autores. Una responsabilidad culposa, digo, que infama al pueblo que no se esfuerza por reprocharle a su gobierno las mentiras, los mercadeos de leyes por votos y las tropelías con que priman sus intereses privados sobre el bien común. Al colectivo indolente ante el escándalo -que ni escandaliza ya- de un político que pacta con prófugos de la Justicia, que permite al delincuente redactar su ley de amnistía personal, que coloniza instituciones, que no respeta al poder judicial ni al estado de derecho. Un colectivo influyente que no toma conciencia de que la democracia, como la libertad, no es un regalo providencial, sino el fruto de un esfuerzo de sensatez común, cuya ausencia nos condena a todos, a ellos y al resto, a una convivencia encanallada. Y todo por la aciaga hermética del voto fanático e irresponsable.
También te puede interesar
Antonio Lao
El silencio de los pueblos
Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
La esquina
José Aguilar
Un fiscal bajo sospecha
En la punta arriba
PSOE: tres inauguraciones