Los hermanos García

19 de diciembre 2024 - 03:09

Hace unos días, visité con Antonio López la nueva exposición temporal del Museo del Prado, consagrada a un diálogo entre pinturas y esculturas del barroco español, donde brillan de forma espectacular algunas de las tallas policromadas más célebres de la escultura religiosa de nuestro Siglo de Oro. Entre las obras maestras de Alonso Cano, Martínez Montañés, Mesa o Gregorio Fernández, llamó poderosamente nuestra atención el Ecce Homo proveniente de la iglesia de los santos Justo y Pastor de Granada. Terracota de medio cuerpo, a tamaño natural, realizada a principios del siglo XVII por los granadinos hermanos García, de un hondo patetismo y expresividad, casi expresionistas, que sugieren una inspiración directa en modelos de Durero, cuyos grabados circulaban ya asiduamente por los talleres del primer barroco español. Se sabe muy poco de estos dos hermanos ceramistas, gemelos a la sazón, nacidos en Granada en 1576 y muertos en la misma ciudad; Miguel en 1644 y Jerónimo en 1639. Al parecer, uno de ellos modelaba el barro y el otro policromaba. Solo recientemente han sido objeto de investigación de algunos especialistas, principalmente desde la Universidad de Granada. Sorprende, a la vista de la extraordinaria calidad de sus obras y del carácter de iniciadores de la gran escuela granadina –papel análogo y de igual importancia al de Martínez Montañés con la escuela sevillana-, la escasa atención historiográfica de la que han sido objeto, de forma reiterada. Contribuye a ello la escasez de datos encontrados sobre su vida y obras y la voluntad que ellos mismos tuvieron, al parecer, de hacer permanecer su labor como artistas en el anonimato, ya que eran presbíteros y canónigos de la iglesia de El Salvador del Albaicín, y en aquel tiempo, ya se sabe, todo oficio manual, artesanal o artístico, era de inferior consideración. Entre sus más brillantes creaciones están el crucificado de la sacristía de la catedral, un relieve de San Jerónimo en el museo de Valladolid y varios Ecce Homos. El antes aludido brilla por su pavoroso realismo, por la extraordinaria calidad del modelado y un diseño turbador, con la mirada perdida, las manos juntas, casi solidificadas, y una corona de espinas brutal que presiona su cráneo de forma terrorífica. La policromía, extraordinaria, se recrea en las heridas y moratones de la flagelación con una verosimilitud casi morbosa. Es obra, qué duda cabe, de dos autores profundamente devotos, en el sentido traumático y exacerbado de la penitencia, tan caro a nuestro barroco.

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