Gafas de cerca
Tacho Rufino
Sé lo que piensas
Hace un tiempo, leyendo acerca del valor del silencio, me encontré con una reflexión interesante. Atribuida a Platón venía a decir algo así: “Saber cuándo hablar y cuándo quedarse callado es más importante que tener siempre algo que decir.”Nos ha tocado vivir una época donde este mensaje encaja poco. Todos tenemos “derecho” a opinar, con el acicate de que nuestras palabras encuentran un altavoz rápido en las redes sociales. Pero hablar sin tener algo importante que decir entraña riesgos.
En las palabras vacías encuentran hueco fácilmente la desinformación, la inconsistencia y, lo peor de todo, la falta de credibilidad. Cada vez que hablamos cuando deberíamos callar, nuestro crédito moral e intelectual decrece. Las palabras van perdiendo valor cuando circulan sin cuidado. Sucede algo parecido a cuando emitimos monedas a lo loco: se devalúan hasta convertirse en chatarra.
Callar también es una forma de respetar a los demás. No interrumpir, no acaparar la conversación y, sobre todo, no hablar por hablar, es una manera de reconocer el valor de las palabras de los otros. A menudo, en el silencio encontramos la capacidad de escuchar realmente, de entender lo que se dice e incluso lo que no se dice.
En los tiempos que corren, el silencio es malinterpretado, confundiéndolo con ignorancia, desinterés o debilidad. Pero lo cierto es que callar, cuando no hay algo valioso que aportar, es un acto de sabiduría y humildad. Quien escribe más de lo que lee o habla más de lo que escucha solo acabará repitiéndose a sí mismo en un cansino bucle.
Hoy todas las voces quieren ser escuchadas, pero percibo bastantes menos oídos dispuestos a escuchar. El desequilibrio es evidente, y pronto terminaremos cacareando todos al mismo tiempo, sin que nadie preste verdadera atención.
Pero, entiéndanme, tampoco pretendo condenar las palabras ni exaltar el silencio como un valor absoluto. Se trata de encontrar el equilibrio adecuado. Hablar con intención y callar con propósito son dos caras de la misma moneda. Solo cuando aprendemos a valorar el silencio, nuestras palabras adquieren un significado más pleno.
En un mundo tan saturado de ruido, tal vez lo más valiente sea aprender a callar. No como un acto de resignación, sino como una resistencia contra la banalidad y un gesto de respeto hacia uno mismo y hacia los demás. Porque, al final, en el silencio encontramos las respuestas que el ruido nos oculta.
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