Antonio Lao
El silencio de los pueblos
Asombra incluso a los politólogos curtidos, que el gobierno de un Presidente con múltiples procesos abiertos a su entorno (su esposa, su hermano o sus amigotes) por corrupción y tráfico de influencias, que manipula la ley y las instituciones a su interés personal, que privilegia regiones ricas a costa de las más precarias, que pacta desde el ocultismo, sin dar cuenta ni al Congreso ni a su partido de las opacas prebendas económicas y vaivenes en política exterior, sin saberse ni por qué ni por cuánto y que, a pesar de tanta desgobernanza insólita, aún cifre alguna encuesta que mantenga o no baje de una intención de voto de casi un 30%: pues eso, que asombra. Porque, de ser cierto el dato, serían millones los votantes que aún no reprueban una gestión tan indigna que no parece tener más finalidad que exprimir el elixir del poder. Un asombro por lo demás justificado, por más que se especule con varias teorías. Una sería incardinar dicha tendencia con situaciones análogas vividas por otros autócratas históricos, que alcanzaron también camarillas y electores con la emotividad exaltada cuando le inventaban -le relatan se dice ahora- un enemigo odioso. Ahí están casos como los de Hitler o de Maduro, votados por una masa popular similar de una población que, además del miedo al “otro”, también refleja la tasa de ingenuidad cautiva por la eficacia de la propaganda falaz. Otros analistas recelan de que en este país, quizá no por casualidad, casi la mitad de los mayores de edad, -hablamos de casi 20 millones- dependan de una pensión, sueldo o subsidio a cargo del Estado: un sistema que favorecería la indolencia ante derivas corruptivas, mientras se cobre a fin de mes. Nada que no sepa y explote a tope el marketing político. Un marketing que sabe cómo vincular las siglas con las que se empatiza, sin importar el mal olor ocasional, a ciertas raíces genéticas relacionadas con la serotonina que opera sobre el cerebro y afecta a las interacciones sociales. Que trata de aprovechar en clave política, aquellos factores biológicos que potencian el fanatismo propio de las pulsiones primarias, y de beneficiarse, en fin, de la genética del voto fanatizado de quienes viven “instalados” en su “templo emocional”, incapaces de reaccionar ante tanto dislate, y vota a favor de quien le venda una trola política igual que le vende una lavadora. Logrando, eso sí, que cada pueblo tenga al cabo lo que se merezca. Por inocente.
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