
Una raya en el mar
Ignacio Ortega
Ser gitano en Almería
Quedamos en tratar sobre la gamba roja y las normas europeas para la pesca de arrastre. Sabemos que hay nuevas restricciones y sabemos que pueden pescar el mismo número de días que el año pasado si ponen redes de malla más anchas y otros cambios. También es público que el Gobierno va a pagar el 100 % del coste que tengan los barcos para adoptar tales medidas. Sin embargo, el pasado jueves recogía este Diario unas declaraciones del delegado de Agricultura de la Junta de Andalucía reivindicando ayudas del Gobierno. Dijo que “la pesquería almeriense no se entiende sin el arrastre, sin la gamba roja” y tiene razón, la gamba roja es uno de los lujos de nuestra despensa. Los representantes de los armadores insisten en que tendrán pérdidas, a pesar de faenar los mismos días y aunque la reconversión la pague el Gobierno. Dicen que con las mallas menos espesas van a pescar menos gambas. Es verdad, lo que pasa es que van a pescar menos gambas pequeñas. Y a corto plazo, esto redundará en que las gambillas crezcan y se pesque más gamba gorda, que es la que vale más euros. Esto no es una teoría mía, los pescadores de gamba roja de Palamós -especie idéntica a la de Garrucha y Alborán, tomaron ¡en 2007! las mismas medidas a las que ahora obliga la U.E. Lo contaba hace unos días el presidente de la Cofradía de Pescadores de Palamós, en una entrevista que se ha difundido en periódicos y portales de internet. Dice que “en 2007 comenzaron a ver que la preciada gamba era cada vez más y más pequeña (…) que los ejemplares adultos ?los valiosos en el mercado? escaseaban debido a la sobrepesca”. Decidieron actuar y, poco a poco, han logrado recuperar el crustáceo con unas medidas de sostenibilidad iguales a las que Europa exige ahora a todos. Entonces, ¿qué es lo que queremos? ¿Pan para hoy y hambre para mañana? ¿Hay que recordar otra vez el éxito logrado con las restricciones del atún mediterráneo y las de los boquerones del Golfo de Cádiz y del Golfo de Vizcaya? O preferimos actuar como en los noventa, cuando nos cargamos hasta la última cría de chirla almeriense con unos “rastros” de mallas mínimas. Los conocí, hice algunos de aquellos instrumentos de exterminio para mis clientes pescadores.
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