A Vuelapluma
Ignacio Flores
Los míticos 451º F
Con 33 ºC a media mañana del domingo parece adecuado para esta columna tratar sobre bebidas fresquitas almerienses y, a poder ser, que sirvan de hidratantes y de comida ligera. Como la semana pasada recomendé los melocotones de Huércal-Overa, empezaré con la fórmula de una variante sencilla de la sangría, que se tomaba bastante en casas y bodegas hasta hace unas décadas: el ponche de vino y melocotón: blanco manchego y agua a partes iguales, un poco de azúcar, una rama de canela y melocotón troceado. Se enfría en la nevera, pero si prefiere enfriarlo con hielo, ponga menos agua. En La Alpujarra me he refrescado muchas veces con “aguadú” hasta finales del siglo pasado, no sé si siguen aficionados a tan agradable bebestible. Dada la fonética del “alpujarreño” no sé si es aguadú, aguadús o aguaduz. La receta es simple: en un botijo se echan tres o cuatro copas de aguardiente, un vaso de zumo de limón y se rellena de agua. No hace falta azúcar si se equilibra bien la acidez del limón con la cantidad justa de anís. El gazpacho de ajoblanco consta como típico de Málaga y del sur de Córdoba, y es pariente directo de mazamorras, porras crúas y similares. Pero también se toma en varias comarcas almerienses, especialmente en el Almanzora. Es más, aquí tenemos dos gazpachos blancos: uno idéntico al malagueño y otro hecho a partir de un alioli. La diferencia del nuestro es que, en vez de ilustrarlo con fruta como en Málaga o Córdoba –manzana, uvas, melón- aquí se le ponen taquitos de pepino y/o de pan, seco o tostado. Eso sí, el ajoblanco, sea para tomar como salsa o para diluirlo con agua para hacer gazpacho, NO lleva leche, solo almendras, poco pan, muy poco ajo, sal y aceite. Ya que hemos empezado recordando un melocotón local de calidad, remato con las cerezas almerienses, que están en plena temporada y han salido de lujo. El año pasado se perdió casi toda la cosecha, pero este año no tienen nada que envidiar a las famosas del Jerte o a las también apreciadas de la vega de Granada. Y a precios razonables. Sin embargo, me cuentan mis fruteros que la gente las pide menos que las que llegan de Sudamérica en primavera, después de larga travesía y a precios desorbitados, tres o cuatro veces más caras que las nuestras. ¿Será por esnobismo? ¿O por añoranza de los privilegios de curas y señoritos que se llevaban las “primicias” de las cosechas?
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